Mundo árabe/Islam
Entrevista a Federico Vélez
El programa atómico (iraní) no es una obsesión de un gobierno expansionista, con un propósito hegemónico en la región. Sus orígenes están en la Guerra Fría y anteceden al régimen islamista La hermosa ciudad de Barcelona fue sede, en julio pasado, del importante Congreso Mundial de Estudios de Medio Oriente y África del Norte (WOCMES) […]

El programa atómico (iraní) no es una obsesión de un gobierno expansionista, con un propósito hegemónico en la región. Sus orígenes están en la Guerra Fría y anteceden al régimen islamista

La hermosa ciudad de Barcelona fue sede, en julio pasado, del importante Congreso Mundial de Estudios de Medio Oriente y África del Norte (WOCMES) 2010, un evento que se originó en Mainz, en 2002, que continuó en Amman, en 2006, y que ahora tuvo su tercera versión en la capital catalana. Organizado por el Instituto Euromediterráneo (IEMed), el encuentro contó con la presencia de 2.700 especialistas de temas geopolíticos, sociales, económicos, culturales y de diversa índole. Mediante la organización de paneles y conferencias, ordenados por asuntos temáticos, los conferencistas, provenientes de 72 diferentes países, analizaron toda la actualidad de Medio Oriente y África del Norte, pero también de tópicos como el Islam, los recursos energéticos, el rol de la mujer y, por supuesto, los grandes conflictos de la zona.
Y, como era de esperar, Irán fue uno de los puntos emblemáticos en varias presentaciones o mesas de diálogo. Es así que el panel 227 –llamado “Guerra Irán-Iraq: 30 años después”- fue organizado y presidido por el especialista Federico Vélez, profesor de Estudios Internacionales en la Universidad Zayed de Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos, quien además participó con su exposición “Los años viviendo en peligro: Monarquías árabes del Golfo y la guerra entre Irán e Iraq”. Tras el término del Congreso y con algunas semanas de merecido descanso, Vélez accedió a una entrevista, en la cual entrega su opinión y análisis sobre los puntos más relevantes de la siempre tensa y conflictiva relación de Irán con Occidente.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 25 de septiembre, 2010. Desde Salé, Marruecos

Una vez finalizado el panel 227, los diversos asistentes y ponentes iniciaron el esperable y entendible intercambio de mails, números telefónicos, tarjetas personales y cuanta cosa pueda existir si de material de contacto informativo se trata. Además, los espontáneos diálogos surgieron, así como también las preguntas de jóvenes alumnas y alumnos, que bajo la inspiración de quizás, algún día, también dar una conferencia y ser un experto se acercaban a felicitar o pedir más información a los participantes.

“Un momento por favor”, me dijo Federico Vélez, mientras conversaba con alguna colega, cuyo país ignoro. Tras algunos minutos, pude acercarme, le manifesté la intención de entrevistarlo para un medio argentino y de inmediato mostró una gran amabilidad. “Me encantará darles mi opinión a vuestros lectores” fue su amable y contundente respuesta, aunque luego agregó diciendo que “ahora mismo no puedo, por diversos compromisos, pero quizás en otro momento”.

Lamentablemente, por asuntos ajenos a toda voluntad, la entrevista debió realizarse prácticamente un mes después de dicho amistoso encuentro, pero quizás con la gran virtud que ahora se pudo llevar a cabo con más calma.

Federico, quisiera saber, a grandes rasgos, y respecto al asunto de la política exterior, ¿cómo ve la situación actual de Irán?

Se construyen diferentes imágenes de Irán, así como discursos sobre su política exterior, y siempre dependiendo de los intereses políticos y económicos que diferentes regímenes alrededor del mundo tengan en la región. En otras palabras, la realidad de la política exterior Iraní depende del prisma que se use y del lugar desde donde se haga la evaluación de los objetivos y las estrategias del actuar de Teherán.

Tomemos el caso israelí. La lectura pública que Israel presenta de la política exterior iraní -quizás no la que hace al interior de las deliberaciones de su gobierno- es la de un país comprometido con la destrucción del estado de Israel, la promoción del terrorismo internacional y la desestabilización política de la región. La evidencia que presentan es el desarrollo del programa nuclear iraní a espaldas de los controles internacionales, en especial de la supervisión del Organismo Internacional para la Energía Atómica, y la clara naturaleza militar de su programa nuclear. A eso se suma la retórica populista del presidente Mahmoud Ahmadinejad en contra de Israel, la influencia de Teherán sobre el gobierno sirio, la financiación y el apoyo político a las milicias de Hizbullah en el Líbano y grupos palestinos, tales como la Jihad Islámica Palestina, el Comando General del Frente Popular para la Liberación de Palestina y Hamas en Gaza y territorios bajo la administración de la Autoridad Nacional Palestina.

Bajo este análisis, Israel justifica el régimen de sanciones económicas contra Irán y articula la justificación de una respuesta más contundente, que no excluiría el uso de la fuerza en contra de Teherán.

Estados Unidos ha hecho eco de esta lectura, en particular durante la administración de George W. Bush. El temor a que Irán se convirtiera en una potencia regional, después de la caída de Saddam Hussein, en 2003, y la debacle en Afganistán, prendió las alarmas en Washington. Bajo esta lógica, Irán es la antítesis de un Medio Oriente democrático, libre de barreras comerciales, naturalmente pro-estadounidense, comprometido con extinguir el terrorismo internacional y amigo de sus vecinos.

Siria, por otro lado, es el mejor aliado de Irán en la zona. La antigua rivalidad entre Iraq y Siria forjó una alianza entre Damasco y Teherán que perdura hasta el día de hoy. Irán es visto como un país comprometido con la defensa de los intereses palestinos, incapaz de claudicar en la lucha de los pueblos de la región en contra de Israel y de los intereses de Estados Unidos. Por su parte, tanto Irán como Siria apoyan a las milicias libanesas de Hizbullah, que desde los años ochenta se convirtieron en una fuerza política y militar dispuesta a desafiar a Israel y al mismo gobierno libanés.

En Arabia Saudita, Irán es una amenaza Shi’ita en contra del control político Sunnita en la región. Bahrein tiene una mayoría Shi’ita dominada por una minoría Sunnita y, mucho más importante, Iraq ha pasado, desde el 2003, a tener una población Shi’ita dispuesta a ejercer sus derechos históricos confiscados tras décadas de dominación Sunnita. La revolución Iraní fue particularmente crítica de Arabia Saudita durante los años ochenta. Para el líder de la revolución Iraní, el Ayatollah Ruhollah Khomeini, el verdadero gobierno islámico era el republicano. En otras palabras, la monarquía no tenía cabida dentro del Islam y, por lo tanto, los regímenes del Golfo Árabe-Pérsico eran anti-islámicos. Teherán no olvida el apoyo a Saddam Hussein durante la guerra Irán-Iraq, así como tampoco Teherán ni Riyad olvidan como las peregrinaciones a la Mecca se convirtieron en escenario de continuos enfrentamientos en los años ochenta, particularmente en 1987.

Países como los Emiratos Árabes Unidos (EAU) tienen una posición más compleja. Irán es un socio comercial histórico. El puerto de Dubai ha sido por siglos un punto natural para el intercambio de bienes y servicios. Las sanciones económicas contra Irán perjudican a este aliado económico y, a su vez, intensifican el mercado negro que por su propia naturaleza es de difícil control policial. Aparte de las relaciones comerciales, Irán es también un país con el que los Emiratos Árabes Unidos mantiene una disputa territorial tan antigua como los emiratos mismos. El Shah de Irán tomó por la fuerza tres islas pertenecientes a los EAU en 1970 (Abu Musa, Greater and Lesser Thumb). La revolución islámica, conservó la posesión ilegal sobre las islas y se ha negado a discutir el asunto.

En los últimos años, gobiernos latinoamericanos han iniciado conversaciones e incluso profundos acuerdos, de diversa materia, con Irán. ¿Qué opina de este hecho?, ¿cómo se explica?

Las relaciones entre Irán y algunos países de nuestro entorno no es nueva. En los años ochenta, cuando la revolución iraní estaba en sus primeros años, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) propició los primeros contactos entre Teherán y la otra revolución del momento en nuestro continente: la revolución Sandinista. La distancia ideológica entre ambos movimientos era inmensa –una implementando una teocracia y la otra una revolución fundamentalmente secular. Sin embargo, ambas tenían una vocación social muy marcada, con un claro énfasis en mejorar la situación de las clases históricamente más desfavorecidas. Las unía la antipatía que les generaba Washington y la necesidad de romper el bloqueo internacional que la administración Reagan había lanzado sobre ellos. Luego del colapso de la revolución Sandinista, los lazos entre Irán y Latinoamérica pasaron a un muy segundo plano.

El mérito de Hugo Chávez es haber puesto de nuevo a Irán en el radar de América Latina, pero es interesante recalcar que fue a través de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) y no de una conspiración mundial en contra de occidente que esta relación comenzó a madurar. Hugo Chávez viajó a Irán en 1999 y se entrevistó con el entonces presidente Mohammed Hatami, rompiendo el cordón sanitario que se imponía sobre Teherán. Caracas se comprometió a reducir el volumen de sus exportaciones petroleras y a trabajar dentro del marco de los acuerdos de la OPEC, cosa que había desaparecido de la política petrolera venezolana por años.

De nuevo, la relación es anterior a Ahmadinejad, y comenzó dentro del marco estrictamente de la OPEP, en 1999, pero creció políticamente a medida que Teherán y Caracas se identificaban en su rechazo a la visión del mundo de la nueva administración estadounidense en el 2001. La alianza de Chávez con Irán y su manifiesto rechazo a la política de Bush en el Medio Oriente, distanció a Venezuela con otros países de dicha zona comprometidos con los Estados Unidos: Jordania, Egipto, Arabia Saudita y algunos países del Golfo. Hugo Chávez ha apoyado el programa nuclear iraní y defendido a Teherán en todos sus discursos internacionales. En 2006, se opuso, junto a Cuba y Siria, de enviar el caso iraní al Consejo de Seguridad. Seis años de estrechas relaciones entre ambos países daban sus frutos y este entendimiento debe verse tomando en cuenta que ambos son regímenes populistas, con políticas sociales redistributivas para la eliminación de la pobreza y con una política exterior común en oposición al libre mercado y la apertura económica.
En enero de 2009, Venezuela rompe relaciones con Israel. Esta decisión, cuando los mismos países árabes no podían ponerse de acuerdo sobre qué hacer ante la invasión de Gaza, le hizo muy popular no sólo en Siria e Irán, sino a través del Medio Oriente. Un estudio de opinión pública, realizado en 2009, lo señaló como el líder extranjero más popular en la región ( http://www.sadat.umd.edu/).

Siguiendo con la relación con Irán, más allá de la afinidad política, se han firmado varios acuerdos económicos –ensamblaje de automotores, intercambio de tecnología petrolera—, Joint ventures petroleros en ambos países y una futura inversión en Siria, construcción de tanques petroleros para Venezuela y el pasado julio comenzaron a hablar sobre asesoría en transporte aéreo. Por su lado, Irán, un importador de gasolina, comprará este elemento refinado en Sudamérica para su mercado interno. En suma, los acuerdos benefician más a Irán que a Venezuela y los resultados tangibles están todavía por verse. Bolivia y Nicaragua gravitan en el eje de Caracas e Irán recibe de ellos apoyo político internacional en el patio trasero de los Estados Unidos.

Tras la última disputa por el famoso programa nuclear iraní, apareció en escena un nuevo actor. Se trata de Brasil, que a nivel de política exterior ha tenido mucho movimiento en diferentes asuntos. ¿Cuál es la importancia de Brasil?

Brasil es otra historia, pues llega a la zona en el ejercicio de su nuevo rol como potencia en un mundo multipolar. El éxito, el poco éxito, de su labor de mediación entre Irán y Europa-Estados Unidos, el pasado mayo, no importa. Lo relevante es la presencia de Brasil por derecho propio en la zona. En mi concepto, es mucho lo que Brasil puede hacer en la región y no sólo en el caso iraní. Brasil no tiene el bagaje colonial que poseen los países europeos, ni los intereses político-económicos que tienen los Estados Unidos, ni los conflictos con minorías étnicas musulmanas que afectan a Rusia y China. Brasilia, y, desde luego, Ankara llegan como terceros de buena fe a la región. Si de verdad Europa y los Estados Unidos están interesados en lograr una integración de Irán a la “comunidad internacional” deberían facilitar la labor de Brasil y Turquía, no entorpecerla. Pero quizás ya sea muy tarde para ello. Mucho se habla de un mundo mulitipolar, pero la hegemonía internacional no es una cosa que se cede fácilmente. Lo que está en juego no es sólo la mediación en un caso puntual. La hegemonía internacional a nivel económico y militar permite el dominio del lenguaje: la narración de la realidad. En esta “realidad”, Irán es un país agresivo, manipulador, empeñado en desestabilizar el Medio Oriente, apoyando el terrorismo internacional e impidiendo la paz.

A propósito del programa nuclear, siempre se especula mucho en torno a este tema. Algunos defienden la iniciativa iraní, pero otros la consideran peligrosa. ¿Qué opina al respecto?

Las ambiciones de Irán no son nuevas. La revolución islámica las continúa a través de estos treinta años. En el siglo veinte, el Shah de Irán, Mohammed Reza Shah, lanzó a su país a una carrera armamentista. Durante los años sesenta y setenta, las administraciones estadounidenses –Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter- vendieron a Teherán armamento que transformó el aparato militar iraní. Irán, junto con Arabia Saudita -pero este último en mucha menor medida- formaron parte de la estrategia global de los Estados Unidos de depender en líderes regionales como garantes de sus intereses en distintas zonas del planeta. Tanto Arabia Saudita como Irán serían los principales pilares de la defensa de los intereses económicos y militares de los Estados Unidos en el Golfo en contra de una potencial expansión soviética. La compra de armamento blindaba a un régimen amigo, pero además significaba una excelente fuente de ingresos en medio del incremento de los precios de petróleo a partir de 1973.

En este contexto nace el programa nuclear iraní. El Shah inició la construcción de 23 reactores atómicos a partir de 1974 con tecnología alemana (Kraftwerk, reactores en Bushehr), estadounidense (MIT/Boston Edison, tecnología en todo Irán), francesa (Framatome, plantas en Darkhovin ) e India. La energía nuclear supliría las necesidades energéticas iraníes, liberaba petróleo para el mercado internacional y, muy posiblemente, –dada la megalomanía del Shah— era la primera etapa para desarrollar armas atómicas en defensa del régimen iraní. El programa nuclear continuó con toda intensidad hasta seis meses antes del triunfo de la revolución islámica. Como se puede ver, tal era la confianza de Occidente en la solidez del régimen iraní, los ingresos que representaba y la potencial liberación de miles de barriles de petróleo para el mercado mundial cuando el programa llegara a su fin. (Bushehr estaba casi lista a finales de 1978, en un 90%).

El nuevo gobierno revolucionario decidió suspender el programa nuclear. El primer ministro Mehdi Bazargan comunicó la decisión meses antes del inicio de la guerra entre Irán e Iraq (1980-1988). Este conflicto destruyó buena parte de las instalaciones nucleares construidas en los años setenta. Irán, con su infraestructura destruida, tasas de natalidad disparadas y traicionado por Occidente y sus vecinos árabes, comienza a plantearse la necesidad de buscar alternativas energéticas paralelas al petróleo. El presidente Hashemi Rafsanjani plantea de nuevo la necesidad de reiniciar un programa nuclear. Sin embargo, la presión estadounidense a compañías europeas, norteamericanas y al mismo gobierno argentino, impidió que Irán continuara su programa nuclear con tecnología occidental. Esta última, que en algunos casos el Shah ya había pagado.

Toda esta historia es necesaria para entender la diplomacia iraní. El apoyo a Iraq durante la guerra de los años ochenta intensificó la profunda desconfianza hacia occidente, mientras que el bloqueo tecnológico de los años noventa cerró lo que pudo haber sido una oportunidad única para replantear las relaciones entre Irán y occidente y monitorear la tecnología que Irán recibía. Irán buscó a Rusia y China como proveedores de la tecnología que occidente le negaba en los años noventa.

Siguiendo con el mismo tema, mucho se habla de los países involucrados, pero cabe preguntarse hasta qué punto sirven las influencias y sanciones de países u organismos internacionales.

En 2002, el vicepresidente iraní, Aghazadeh, comunicó al Organismo Internacional de la Energía Atómica que Irán anunciaba que su país se encontraba desarrollando un plan a largo plazo para la construcción de varias plantas nucleares que producirían 6000 MW en unas dos décadas. Una posterior visita de inspección en 2003 confirmó la existencia de dos plantas nucleares en la localidad de Natanz, la de una adicional en Arak y otra en Isfahan, que comenzaba a ser construida.

A partir de entonces se incrementa la tensión internacional alrededor de Irán. El Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) acusó a Irán de, primero, falta de transparencia en el reporte de actividades (uso de materiales, desarrollo de plantas, tratamiento de uranio) calificada de reactiva, ambigua y contradictoria y, segundo, de falta de voluntad política para garantizar el acceso a la inspección de su programa nuclear de acuerdo con las obligaciones derivadas del Tratado de No Proliferación del cual Irán es parte desde los años setenta. En 2004, un reporte final del OIEA se manifiesta muy insatisfecho con la reticencia de Irán a colaborar con dicho organismo. Un aparte del reporte presentado en noviembre de 2004 manifiesta este distanciamiento con el gobierno iraní y lo exhorta a suspender de inmediato todas las actividades relacionadas con el enriquecimiento, la fabricación o importación de componentes de centrifugadoras y de material de alimentación para el programa nuclear y a presentar todo esto para la oportuna verificación. A finales de ese mismo año, Francia, Inglaterra y Alemania, junto con la Unión Europea E-3/EU firman un acuerdo con Irán para restablecer un mejor clima de entendimiento entre ambas partes, lo que facilitaría a Irán acceso a mejor tecnología nuclear y apoyo internacional a su programa a cambio de completa transparencia por parte de Teherán sobre su plan, la suspensión voluntaria de la manipulación de plutonio y el desarrollo e instalaciones de centrifugadoras de gas. La inhabilidad de la diplomacia europea de generar confianza en Irán, la presión estadounidense y el cambio de guardia en Irán, con la llegada de un sector más antagonista a occidente desde Junio de 2005, da al traste con este intento de acercar a las partes.

En Agosto de 2005, ahora bajo la administración del nuevo presidente Ahmadinejah, Irán resuelve continuar con el programa de enriquecimiento de Uranio en Isfahán. El OIEA retoma el caso iraní y en 2006 decide referir el caso al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, argumentando que después de tres años había sido imposible certificar que no existen materiales o actividades nucleares no declaradas en Irán. La decisión polarizó mucho más a las partes. Irán suspendió toda colaboración voluntaria con el OIEA. Estados Unidos denunciaba a Irán, mientras que su prensa conservadora describía un futuro Armagedón desatado por clérigos fanáticos en Teherán.

La aplicación de sanciones económicas a Irán no ha dado ningún resultado. Si el objetivo era frenar el programa nuclear, las sanciones han fallado. Si el objetivo era doblegar al gobierno iraní, las sanciones han fracasado. La razón es muy simple. Irán ha estado bajo un régimen de boicot comercial por muchos años, las fronteras son todas porosas y siempre hay un mercado negro para todo producto. Al contrario de Cuba, Irán tiene petróleo y siempre hay países con necesidad de este elemento, lo que deja al gobierno con suficiente liquidez para comprar productos en el exterior. Pero más allá de todo esto, como ya lo dije antes, la población iraní no responsabiliza a su gobierno por las sanciones, sino que a occidente. El plan nuclear es apoyado por el pueblo iraní como un derecho a su desarrollo económico, como un acto de independencia, tanto tecnológica como política.

¿Qué responsabilidades le podrían caber a la Unión Europea y Estados Unidos en la presente situación?

Europa no supo, o no pudo, convertirse en un mediador entre Irán y los Estados Unidos en la primera década del siglo XXI. Dividida tras la invasión de Iraq, no fue capaz de presentar una postura coherente y firme que facilitara la construcción de un clima de confianza con Irán. Mientras, la administración de George W. Bush impidió cualquier acercamiento con Irán lo que cerró las puertas al dialogo e imposibilitó la construcción de medidas de confianza mutua con Irán. Apostando a las sanciones, lo único que logró fue polarizar la situación, y facilitar los argumentos de aquellos que en Irán desconfían profundamente de occidente. Además, es necesario decir que el boicot (sufrido por Irán) a su programa nuclear, en los años noventa, le abrió las puertas a nuevos proveedores y cerró el acceso a la información que occidente tenía del programa nuclear Iraní. Y a esto se suma el hecho que, previamente, el apoyo de occidente al régimen de Saddam Hussein, en la guerra Irán-Iraq, intensificó la desconfianza entre Irán y occidente.

En cuanto a Busheher, ¿cree que realmente pueda ser una importante fuente productora de armamento nuclear?

IRNA ha anunciado, el pasado 21 de agosto, que la planta Busheher -inicialmente comenzada a ser construida a finales de los setenta y luego bombardeada por las fuerzas iraquíes- ha iniciado operaciones. La planta, construida con tecnología rusa es, de acuerdo con los reportes de la OIEA, una planta para la exclusiva producción de energía. Irán, incluso a través de los análisis de la prensa conservadora estadounidense, está muy lejos de poder producir armas nucleares desde sus plantas de energía atómica. Es cierto que el desarrollo de un programa nuclear de energía puede ser desviado hacia el de un programa militar, pero los análisis de inteligencia estiman que esto no podrá suceder en menos de dos años.

Los medios de comunicación, basándose en las declaraciones públicas de ciertos gobiernos occidentales, alertan sobre la posibilidad que Irán pueda construir armamento nuclear. ¿Qué tan real es esto?

El Organismo Internacional de Energía Atómica ha condenado la falta de transparencia iraní en este caso. Sin embargo, siempre ha sido claro en manifestar que no hay evidencia que permita concluir que este programa tenga fines militares. Ni la misma inteligencia estadounidense avala la hipótesis del uso militar. Irán ha tenido mucha dificultad en desarrollar su programa. Las sanciones económicas son una razón, pero también los boicots a los equipos que ha comprado, la falta de una masa crítica de científicos plenamente capaces de desarrollar el programa independientemente y la decisión política de desarrollar un programa pacifico de energía nuclear. Los estimativos que se han publicado aluden a que, dada la capacidad actual, es imposible para Irán desarrollar una bomba atómica en menos de dos años si se dieran las condiciones favorables y se tomara la decisión política.

Por último, me gustaría que redondeara el asunto iraní con algunas conclusiones y/o reflexiones personales.

Primero, diría que dependiendo del prisma con el que se estudie la situación en el Medio Oriente se va a tener una visión particular de la realidad de la política exterior iraní. La visión prevalente en occidente proviene de la construcción de una realidad presentada por los Estados Unidos –en especial durante la administración de George W. Bush- en la que Irán se ve como un régimen protector del terrorismo internacional, interesado en la desestabilización de la región, empeñado en destruir Israel y dar al traste con la visión estadounidense para la zona: un mundo democrático, comprometido con el mercado libre y pro-americano por convicción.

También, haría una precisión histórica. El programa atómico no es una obsesión de un gobierno expansionista, con un propósito hegemónico en la región. Sus orígenes están en la Guerra Fría y anteceden al régimen islamista. En Irán es visto como el estandarte de la lucha iraní por obtener una verdadera independencia tecnológica y por romper la dependencia económica con occidente.
Relacionado con lo anterior, agregaría que la historia de Irán ha sido una rebelión en contra de las intervenciones políticas externas y de control foráneo de su economía y recursos. Desde las revueltas en contra de las concesiones tabacaleras a finales del siglo XIX, a Gran Bretaña, pasando por el control del petróleo por parte de la Anglo-Persian Oil Company (más tarde British Petroleum Company), las luchas en los años cincuenta por el control de este recurso natural, luego, contra el desastroso plan de modernización del Shah de Irán -que allí fue tomado como una occidentalización a la fuerza y la profundización de la dependencia tecnológica con respecto a occidente-, el apoyo a Saddam Hussein durante la guerra, etc. Hay que entender este programa nuclear en el marco de esta historia, no como un plan malévolo del clero shiita.

Para terminar, quisiera expresar que, desde el punto de vista iraní, el desarrollo de los programas de energía nuclear son necesarios para sostener la demanda presente y futura de energía en el país. Irán no puede depender de su petróleo, la fuente principal de sus ingresos, para abastecer su mercado interno. Otros países en la región, como Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, también están desarrollando programas nucleares y eso lo hacen por tres motivos. Primero, para estar preparados para un futuro donde no se necesite el petróleo y el gas como fuentes de energía. Segundo, evitar el desgaste de recursos naturales no renovables que son mucho más valiosos en el mercado internacional –en especial en el caso iraní con pozos que han trabajado por casi 100 años. Y, tercero, para responder a la demanda de energía de una población -en el caso de Irán, de sólo 32 millones en 1979, pero ahora de 66 millones- y de una economía en necesidad de expansión. Bajo esta lógica, el argumento de los Estados Unidos que Irán no necesita reactores nucleares, porque tiene petróleo, no tiene piso, en mi opinión.

Raimundo Gregoire Delaunoy

raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
Fotografía: Raimundo Gregoire Delaunoy