Magreb
El adiós de Abdelaziz Bouteflika: un proceso incierto
El martes 3 de abril, el Consejo Constitucional de Argelia anunció que el mandatario argelino –quien estuvo en el poder durante 20 años- hizo efectiva su renuncia y, por ende, se declaró al cargo vacante. Ahora, Abdelkader Bensalah, presidente del Consejo de la Nación –cargo que ocupa hace 17 años-, debería ser el encargado de […]

El martes 3 de abril, el Consejo Constitucional de Argelia anunció que el mandatario argelino –quien estuvo en el poder durante 20 años- hizo efectiva su renuncia y, por ende, se declaró al cargo vacante. Ahora, Abdelkader Bensalah, presidente del Consejo de la Nación –cargo que ocupa hace 17 años-, debería ser el encargado de asumir la presidencia interina de Argelia. En teoría, debería organizar elecciones en tres meses más y sin que pueda presentarse como candidato presidencial. Más allá de esto, lo concreto es que se consolidó la salida de Abdelaziz Bouteflika, pero, al mismo tiempo, comienza lo más difícil. ¿Habrá un cambio total?, ¿Bouteflika y sus aliados gobernarán desde las sombras?, ¿hacia dónde irá Argelia?

Raimundo Gregoire Delaunoy | 3 de abril de 2019

Tras haber sufrido un accidente cerebrovascular en 2013, Abdelaziz Bouteflika prácticamente no apareció más en público y, cuando lo hizo, quedó la impresión que las secuelas físicas le impedirían gobernar. Sin embargo, Bouteflika –héroe de la independencia argelina y líder de la transición que puso fin a la década sangrienta de los años 90- permaneció en el poder por casi seis años más. Demasiado tiempo y eso, inevitablemente, le pasó la cuenta. No solo por su delicado estado de salud, sino que, lo principal, por sus evidentes problemas para tomar las riendas de Argelia. Esto significó que se profundizaran ciertos problemas –como la precariedad laboral, la excesiva dependencia de la economía argelina del petróleo, necesidad de reformas institucionales, democratización del sistema político, demandas étnicas y las relaciones exteriores, entre otros-, generando la sensación que el estancamiento argelino no tendría solución.

De esta forma, la gente se aburrió y salió a las calles. Fueron al menos seis semanas seguidas en las cuales se organizaron pacíficas y ordenadas protestas en Argel, pero también en otras ciudades del país. A pesar de ser un movimiento amorfo –sin líderes claros, ni tampoco peticiones consolidadas, salvo pedir la partida de Bouteflika y sus cercanos-, su unidad y persistencia le permitieron conseguir el objetivo. Tanto así, que se puso término a la era de Abdelaziz Bouteflika como presidente de Argelia.

Aunque la alegría es evidente, no se le debe dar demasiado espacio, pues de inmediato aparecen las dudas. La primera, quizás la más relevante, es quién liderará durante el proceso de transición. Esto último, pues muchos argelinos ya han anunciado que no quieren a los integrantes del círculo íntimo de Bouteflika –su hermano Said, Ahmed Ouyahia, Abdelmalek Sellal, Bachir Tartag y el general Gaid Salah, entre otros-, es decir, quieren un nuevo marco político en el cual los viejos estandartes ligados a la era Bouteflika queden fuera.

Luego, cabe preguntarse qué pasará con el movimiento, social y espontáneo, que emergió y generó la caída de Bouteflika. Al no tener una cabeza, ni tampoco dos, tres o cuatro, el escenario parece difuso. Recuerda, en cierta medida, al movimiento 20 de Febrero marroquí, el cual comenzó con mucha fuerza, pero después, cuando había que mostrar organización clara y propuestas bien definidas, desapareció. Básicamente, porque no tenía cohesión. Ciertamente, son dos países con sus propias realidades y en contextos diferentes, pero la comparación es necesaria para recordar que la oposición debe ser capaz de aglutinarse en torno a un objetivo común (lo cual lo consiguieron), pero también necesitan tener la capacidad de transformarse en un grupo político. En caso contrario, la transición quedará en las manos de los políticos, los mismos que generan tanta desconfianza.

Otra duda razonable tiene que ver con la institucionalidad democrática de Argelia. En este sentido, lo primero es ver si realmente terminará la “era Bouteflika” o si detrás de los muros gobernarán los mismos de siempre. Ya lo dijo el propio Abdelaziz Bouteflika, quien, al anunciar que dejaría el poder, aseguró que estaría atento al proceso de transición. En pocas palabras, él (o sus cercanos) vigilarán de cerca todo lo que ocurra. Y esto tiene dos lecturas. La positiva, que le interesa que el país evite el caos y asuma que debe haber un nuevo modelo político-social. La negativa, que desconfían de una democracia plena, ya sea por el temor a un eventual auge de los islamistas, su intención de no soltar el poder, la incapacidad de los nuevos líderes, la lucha antiterrorista, los ánimos revanchistas o la fuerza de las demandas separatistas o étnicas, entre otros. Además de lo anterior, Argelia tendrá el gran desafío de levantar un marco institucional nuevo y ajustado a los tiempos actuales. Y esto es aún más complejo cuando la institucionalidad ha estado marcada por el sello de un gobierno que ha dominado durante 20 años.  Liberarse de muchas ataduras y costumbres no será fácil y eso requerirá de mucha sapiencia y manejo político. En este contexto, será relevante conocer cuáles son las principales carencias –por más evidentes que parezcan algunas, como una mayor democratización- y cuáles son las percepciones de los argelinos. Establecer una buena sintonía entre gobernar y escuchar a la gente es una gran tarea y esto debiese marcar a la agenda política argelina. Relacionado con lo anterior, aparece la pregunta sobre el rol que cumplirán las fuerzas armadas argelinas en todo este proceso. Según lo visto en las últimas semanas, las demandas de la población generaron buena sintonía entre los militares, quienes, al mismo tiempo, parecen no querer intervenir demasiado y buscan un proceso que no los convierta en protagonistas, pero solo en la medida que sus deseos y la institucionalidad básica del país no se vean afectados.

Uno de los temas más potentes son las eventuales propuestas de políticas para el desarrollo interno y respecto de las relaciones internacionales. Dentro de las primeras, aparecen casos emblemáticos como una mayor diversificación de la economía argelina, el destino de las exportaciones petroleras, la lucha contra el desempleo de los jóvenes, la situación en Kabilia, la discriminación a los bereberes, los choques étnicos en el sur, el fenómeno migratorio y la lucha contra el terrorismo y el tráfico de personas. En cuanto a las segundas, por ejemplo, ¿qué pasará con el conflicto del Sahara y, por ende, con el apoyo al Polisario?, ¿se le dará un mayor espacio a la integración magrebí?, ¿qué pasará con África Subsahariana?, ¿cambiarán los vínculos con Europa?, ¿se mantendrá la alianza con Rusia?, ¿se buscará una mayor relevancia en los asuntos africanos?

Todo esto se podría resumir que lo que está ocurriendo es una verdadera Caja de Pandora y, por ende, todo debe ser realizado con mucha prudencia y estrategia. Además, será necesaria una gran capacidad de equilibro entre la necesidad imperiosa de grandes cambios, pero que, al mismo tiempo, vayan acompañados de políticas de mediano y largo plazo. Las transiciones políticas no son fáciles y en muchos casos suelen fracasar o tomar más tiempo de lo deseado. El problema es que en ocasiones esto trae consigo un contexto de confusión y caos –a veces con muertes y fracturas o fisuras sociales difíciles de solucionar-, asi que será importante que quienes lideren el nuevo proceso político-social de Argelia comprendan la realidad argelina, pero que también estudien los ejemplos de transiciones exitosas.

En este punto, la sociedad civil deberá asumir que no todas sus propuestas podrán ser puestas en marcha y, entonces, tendrán que comprender que ceder no será sinónimo de aflojar, sino que de ayudar a mantener el equilibrio. Si se empieza a pedir una limpieza total, aquello puede ser peligroso y poco realista. La sugerencia es que los representantes de la era Bouteflika consoliden su retirada y dejen a emisarios más jóvenes (y mejor evaluados por la población) en la mesa de negociaciones con los nuevos liderazgos sociales y políticos del país. Y estos dos últimos también deberán buscar lo mejor de sí, es decir, líderes reflexivos, capaces de transar y con reales intenciones de construir un mejor país. Por último, los militares deberán mostrar un comportamiento prudente, es decir, lo más alejados posible del proceso político. Sin embargo, pensar en verlos totalmente fuera es inviable, ya que han sido parte fundamental del aparato político argelino desde su independencia. Tanto así, que si Abdelaziz Bouteflika dejó el poder fue porque, entre otras cosas, las fuerzas armadas argelinas ya no veían con buenos ojos su permanencia.

Si lo anterior no se cumple, entonces Argelia podría entrar en una fase peligrosa, en la cual diversos problemas político-sociales saldrían a la superficie y, por ende, con el evidente riesgo de generar estallidos a nivel nacional y local. Y eso no es lo que necesita Argelia, ni tampoco el Magreb, el Sahel y la Europa Mediterránea.