África Subsahariana
Elecciones en Zimbabwe, dudas y más dudas
El 29 de marzo pasado, se desarrollaron, con aparente calma, las elecciones presidenciales, legislativas y municipales de Zimbabwe.  Sin embargo, el hecho que estos comicios fuesen libres y pacíficos, no es motivo suficiente para soslayar la verdadera y angustiante realidad del estado africano, liderado por el dictador Robert Mugabe.  Sí, porque existe un gobierno vagamente […]

El 29 de marzo pasado, se desarrollaron, con aparente calma, las elecciones presidenciales, legislativas y municipales de Zimbabwe.  Sin embargo, el hecho que estos comicios fuesen libres y pacíficos, no es motivo suficiente para soslayar la verdadera y angustiante realidad del estado africano, liderado por el dictador Robert Mugabe.  Sí, porque existe un gobierno vagamente democrático, un pueblo descontento, cansado y preocupado, una oposición política con opciones de obtener una victoria política de gran relevancia y, finalmente, la posibilidad de una fraude electoral.  En este contexto, no debiese extrañar la demora en la entrega de los resultados oficiales, ya que Mugabe está decidido a no perder y, aún menos, ante Morgan Tsvangirai.  Todo indica, entonces, que nada será fácil y que Robert Mugabe está inquieto.  Y claro que lo está, si tiene a una nación destruida.

Pasan los años y a pesar de algunos evidentes y positivos cambios, la realidad africana aún se encuentra sometida y afectada por graves crisis sociales, económicas y políticas, las cuales se transforman en una amenaza para la estabilidad regional, continental e, incluso, mundial.    Y si existe un caso que pueda ser tomado como ejemplo de esta tendencia, entonces hay que detenerse en el proceso histórico de Zimbabwe.

Antigua colonia británica y antes conocido como Rhodesia, Zimbabwe obtuvo su independencia recién en 1980,  estableciéndose como uno de los últimos países africanos en acceder a tal condición.  Mediante los Acuerdos de Lancaster, firmados en 1979, se ponía fin al dominio británico y, también, a la guerra de guerrillas iniciada en 1965, cuando Ian Smith declaró la independencia de Rhodesia del Sur, dando origen a un gobierno favorable a la minoría blanca.  Este conflicto, que duró cerca de 15 años, entregó un lamentable saldo final de unos 35.000 muertos y 1.500.000 desplazados.

El 17 de abril de 1980, se proclamaba la República de Zimbabwe, nacida bajo el alero de las conversaciones mantenidas por los diversos actores de la política zimbabwense de aquel entonces.  El gobierno de Ian Smith, la Unión Africana Nacional de Zimbabwe (ZANU) y la Unión del Pueblo Africano de Zimbabwe (ZAPU), liderada por Robert Mugabe, establecerían que éste último sería el primer ministro del nuevo estado.

Tras establecerse como primer ministro entre 1980 y 1987, a partir de 1988 comenzaría el período de la dictadura zimbabwense y, paradójicamente, con Mugabe llegando a la presidencia en forma democrática, ya que sería el Parlamento quien lo elegiría para tal cargo.

De esta forma, lo que en su momento pudo ser un gran motivo de alegría, con el paso de los años se convertiría en angustia, crisis y convulsión social.   Claro, porque la figura de Robert Mugabe se hizo cada vez más fuerte y omnipresente, realizando grandes modificaciones políticas, sociales y económicas, las cuales fueron socavando el devenir de la nación surafricana.

Zimbabwe, 28 años después: dictadura y dominio de Mugabe

Luego de conseguir la reelección en 1990, 1996 y 2002, mediante comicios fraudulentos, y de convertir a su partido, el Zamu-PF, en la principal fuerza política del país, Robert Mugabe enfrenta una dura realidad, ya que tiene sumido en una crisis social, política y económica a la República de Zimbabwe.

En medio de este complejo escenario, destacan una serie de problemas, entre los cuales se cuentan la difícil puesta en práctica de la reforma agraria, una economía deprimida y destruida casi por completo, la escasez de alimentos y energía, el aislamiento a nivel internacional, problemas sanitarios, un alto índice de prevalencia del SIDA y, lo más importante, una grave crisis humanitaria, ocasionada por los hechos anteriormente mencionados.

Con un sector de la población aburrido de la pésimas condiciones de vida y de la restringida vía democrática, Robert Mugabe llegó a las últimas elecciones con todo cuesta arriba.  A diferencia de anteriores comicios, el dictador zimbabwense sabía que tendría una fuerte oposición y, por lo mismo, no tuvo otra opción que realizar una manipulada y estratégica campaña previa.

El panorama político mostraba a dos grandes bloques.  Primero, el Frente Patriótico de la Unión Nacional Africana de Zimbabew (Zanu-PF), liderado por Robert Mugabe, y que a comienzos de este año sufriría uno de los principales golpes, ya que Simba Makoni –ex ministro de Finanzas de Mugabe- presentaría su candidatura en los primeros días de febrero.  Y, segundo, el Movimiento para el Cambio Democrático (MDC), con Morgan Tsvangirai a la cabeza de esta agrupación, nacida en 1999 con el objetivo de ejercer presión y quitarle peso político al gobierno de Robert Mugabe.

Respecto a Tsvangirai, cabe consignar que desde la llegada al poder de Mugabe, éste nunca debió enfrentar a una fuerza política de gran relevancia y, entonces, es por esto que la figura de Morgan Tsvangirai toma tanta importancia, ya que desde fines de la década de los noventa, Tsvangirai comenzó a realizar una serie de manifestaciones y movimientos con la intención de ir menguando la influencia de Mugabe en Zimbabwe.  Entre 1997 y 1998, Tsvangirai dirigió huelgas cuyo fin era reclamar contra la subida de impuestos, orientada al pago de indemnizaciones a veteranos de guerra retirados.  De esta forma, el minero y unionista, comenzaba un camino difícil, ya que para hacer frente a la dictadura de Robert Mugabe, tendría que organizar a una oposición casi inexistente y que en el mejor caso se encontraba fragmentada.  Sin embargo, logró captar el apoyo de cesantes, jóvenes, granjeros blancos, industriales ricos y a ciertos grupos urbanos.  Además, supo establecer estrechos lazos con la etnia Ndebele, atacada duramente, a comienzos de los años ochenta, por parte de tropas norcoreanas enviadas por Mugabe a la zona de Matabeleland.

Con gran habilidad, Tsvangirai logró conformar una oposición más definida y visible, lo cual se plasmaría en 1999, con la fundación del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC), que se transformaría en el partido político que buscaría poner fin al mandato de Robert Mugabe.  Y aunque el dictador zimbabuo cuenta con un importante apoyo –básicamente, el pueblo negro que se opone a los ricos terratenientes blancos-, los resultados obtenidos por el MDC han sido bastante favorables.  Para empezar, hicieron historia cuando en 2000 lograron vencer a Robert Mugabe en el referéndum que buscaba fortalecer las atribuciones presidenciales.  Con cerca de diez puntos porcentuales de diferencia, el Zanu-PF debía reconocer, por primera vez en veinte años, una dura y preocupante derrota.    La tendencia se mantendría, ya que aquel mismo 2000, el Zanu-PF ganaría las elecciones para la House of Assembly, aunque sin la holgura de ocasiones anteriores.  De hecho, el partido oficialista se quedaría con el 48.6% de los votos y con 62 asientos para la cámara de diputados, mientras que la oposición alcanzaría el 47.0% de las preferencias y 57 escaños.  Gran diferencia si se toma en cuenta los comicios de 1995, en los cuales el Zanu-PF arrasó, quedándose con el 81.38% de la votación y con 118 puestos en la Asamblea.

La gran prueba llegaría en marzo de 2002, ya que Morgan Tsvangirai intentaría derrotar a Robert Mugabe en las elecciones presidenciales.  Lamentablemente, para las pretensiones del MDC, el presidente zimbabuo obtendría el 56.2% de los votos, contra un digno, aunque estéril 43.0% favorable a Tsvangirari.  Los resultados demostrarían que Mugabe ya no podía sentirse tan seguro, pero que los esfuerzos de la oposición aún no eran suficientes para poder derribar al Zanu-PF.  De todas formas, el triunfo de Mugabe dejó muchas dudas, ya que el MDC y los observadores internacionales calificaron como fraudulentos los comicios realizados en Zimbabwe y, por lo mismo, siempre quedó un manto de dudas respecto al real apoyo que ambos candidatos poseían.

Esta situación, paradójicamente, jugó en contra del MDC, ya que mientras la facción del MDC liderada por Mugabe optaba por boicotear las elecciones legislativas de 2005, un grupo “pro-Senado”, bajo el alero de Arthur Mutambara, deseaba participar en los comicios.  Finalmente, se hizo una votación, en la cual se impondría, por 33 votos contra 31, la postura de presentar candidatos en las legislativas. Desafortunadamente, Tsvangirai no aceptó los resultados y, entonces, se producía el quiebre al interior del Movimiento para el Cambio Democrático.  Robert Mugabe, sin grandes movimientos, podía descansar un poco más tranquilo, al darse cuenta que la complicada situación de su gobierno y sus medidas dictatoriales establecían diferencias insoslayables para la oposición.  Así, Mugabe mantendría sus directrices y mantendrías las intenciones de seguir confiscando tierras a los granjeros blancos, las cuales prometía entregar al pueblo zimbabuo.  Mediante un discurso anticolonialista, el dictador zimbabuo lograba el apoyo de las masas populares.  Sin embargo, la crisis económica, social y política en la cual se encontraba Zimbabwe, le pasaría la cuenta a Robert Mugabe.

Elecciones 2008, la crisis en lo más alto y una fuerte oposición

El sábado 29 de marzo se llevaron a cabo las elecciones presidenciales, legislativas y municipales, siendo las primeras de éstas las que concitaron el mayor interés de la comunidad internacional.  Ahora, a nivel interno, las legislativas y municipales aparecían como unos comicios demasiado relevantes, ya que permitirían establecer si la oposición estaba en condiciones de arrebatar el dominio histórico de Robert Mugabe en la cámara de diputados y en el novedoso Senado.

Cuatro serían los candidatos presidenciales.  En una “primera línea” aparecían Robert Mugabe –presidente y apoyado por el Zanu-PF- y Morgan Tsvangirai –avalado por el MDC.  A ellos se sumarían dos independientes, Simba Makoni –ex ministro de Finanzas de Robert Mugabe- y Langton Towungana.

La oposición, liderada por Morgan Tsvangirai y su Movimiento por el Cambio Democrático, llegaba con la gran esperanza de conseguir una victoria histórica en las elecciones presidenciales, legislativas y municipales.  Sin embargo, su división interna generaba ciertas preguntas o inquietudes.  De igual forma, el triunfo en el referéndum de 2000, las buenas votaciones en las parlamentarias y presidenciales de 2000 y 2002, respectivamente, generaban cierto optimismo en las huestes del MDC.

También quedaba flotando en el aire la respuesta a lo que ocurriría con Simba Makoni, quién podría convertirse, quizás, en el elemento diferente, capaz de inclinir la balanza hacia un lado u otro.  El “factor Makoni” toma gran importancia, especialmente en una hipotética segunda vuelta entre Robert Mugabe y Morgan Tsvangirai.

La campaña electoral previa fue fraudulenta, ya que el Zanu-PF ocupó su poder político para manipular el voto de la gente.  Mediante la entrega de alimentos en algunas regiones del país, Robert Mugabe lograba captar las preferencias de ciertos electores.  A ello, se sumaba el constante discurso contra el colonialismo británico, acompañado de promesas acerca de la redistribución de las tierras ahora explotadas, a su favor, por parte de los granjeros blancos.

La situación se hizo aún peor luego que el gobierno zimbabuo anunciara que no aceptaría a todas las misiones de observadores electorales.  De hecho, sólo pudieron ingresar aquellas que entregaban cierta confianza a Robert Mugabe.  De esta forma, la Unión Africana (UA) y la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) pudieron enviar representantes en condiciones de velar por el correcto funcionamiento del proceso electoral zimbabuo.  Sin embargo, a nivel internacional causó mucha molestia esta decisión, especialmente en aquellos países directamente involucrados en este conflicto como, por ejemplo, Reino Unido y Estados Unidos.

Y, por si fuera poco, Zimbabwe se encontraba en medio de una grave crisis social, económica y política.   Socialmente, la realidad del país es preocupante.  La esperanza de vida ha bajado de 60 a 35 años, la población infectada con el virus del SIDA ronda el 20% y cerca de la mitad de la población vive gracias a la ayuda internacional que ha llegado al estado africano.  Económicamente, las sequías de 2002 y 2003 menguaron la producción agrícola de Zimbabwe, lo cual se agudiza con la grave crisis económica que vive el país, especialmente desde 2002.  Antes conocido como un gran granero, ahora sólo quedan vestigios de aquel mejor pasado.  La inflación supera el 100.000%, la cesantía ya se empinaba al 80%.  Políticamente, el asunto de las confiscaciones de tierras, por parte del gobierno, también trajo consigo la molestia de la población negra, ya que en algunos casos, Robert Mugabe entregó dichos terrenos a sus amigos y conocidos.

Todas estas condiciones provocaron un estallido generalizado y, consecuencialmente, muchas personas debieron abandonar el país.  Se estima en cerca de un 25% la cantidad de la población que emigró hacia otros estados.  Otros, que se quedaron en el país, debieron soportar verdaderas limpiezas que realizó el gobierno de Mugabe, dejando sin casa a unas 700.000 personas.

¿Elecciones pacíficas y libres?

Según los observadores, los comicios se llevaron a cabo con toda tranquilidad.  De hecho, el jefe de la misión de observación de la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC), José Marcos Barrica, calificó a las elecciones como “una expresión pacífica y creíble de la voluntad del pueblo de Zimbabwe……fueron pacíficas, porque no hubo violencia; fueron libres, porque no hubo intimidación”.

Lamentablemente, aún no se han entregado los resultados oficiales de todos los comicios y sólo se dieron a conocer los de las elecciones legislativas.  En ellas, el Zanu-PF perdió su hegemonía, ya que en la House of Assembly obtendría 97 escaños, mientras que el MDC-Tsvangirai se quedaría con 99 puestos.  El MDC-Mutambara alcanzaría diez asientos y el independiente Jonathan Moyo recibiría uno.  En términos porcentuales, el Zanu-PF se alzó con el 45.8% de los votos, dejando atrás al MDC-Tsvangirai (42.8%), MDC-Mutambara (8.5%) y a otros partidos (2.8%).

En las senatoriales, el Zanu-PF ganaría 30 asientos, siendo igualado por la oposición, ya que el MDC-Tsvangirai (24) y el MDC-Mutambara (6) obtendrían 30 puestos.  En el recuento de votos, el Zanu-PF volvería a imponerse, con 45.8% de las preferencias.  Más atrás le seguirían el MDC-Tsvangirai (43%), el MDC-Mutambara (8.6%) y otros partidos políticos (2.8%).

Hasta el momento, los resultados entregados por la Comisión Electoral de Zimbabwe (ZEC) dejan en buen pie a la oposición, ya que a pesar de sus diferencias internas, ha logrado equilibrar la realidad política del Senado y, además, se convirtió en mayoría en la House of Assembly.

Sin embargo, quedaba la gran duda (y, también, la gran mancha) de estos comicios, ya que aún no se han dado a conocer las tendencias de las votaciones para elegir al nuevo presidente zimbabuo.  Al respecto, la oposición entregó sus resultados apenas unos días después de realizadas las elecciones y, además, se declararía victoriosa, ya que en ellos, Morgan Tsvangirai obtenía el 50.3%, por delante de Robert Mugabe, que apenas llegaba a 43.8% de las preferencias.  La reacción del oficialismo no se hizo esperar y el gobierno anunciaba que Tsvangirai no tendría más del 49.2% de los votos.

A partir de entonces, gobierno y oposición iniciaron una verdadera guerra mediática.  Mientras los seguidores de Tsvangirai insistían en su triunfo, la postura del gobierno de Mugabe era desconocer cualquier supuesta victoria del rival de turno.    Con el paso de los días, la tensión se hacía cada vez más evidente, ya que la demora en la entrega de los resultados correspondientes a las elecciones presidenciales se prolongaba demasiado.  Entonces, comenzaron a aparecer las dudas acerca de la legitimidad del posible conteo final de votos.  El fantasma de un nuevo fraude electoral se estableció con fuerza durante la semana y media posterior a los comicios.  Sin embargo, Robert Mugabe habría reconocido su derrota, pero luego afirmaría que se presentaría a una hipotética segunda vuelta y, además, descartando de plano la posibilidad de realizar un gobierno de transición, propuesta que la oposición habría planteado al gobierno de Mugabe.  Posteriormente, Robert Mugabe pediría un nuevo conteo de los votos y la oposición respondería diciendo que ellos ya habían ganado y que una segunda vuelta no sería necesario.

La situación amenaza con empeorar en caso que la entrega de los resultados definitivos siga demorándose.  En este sentido, tiene gran relevancia el hecho que un juez del Tribunal Supremo de Zimbabwe se declarara competente respecto a la petición del MDC, en la cual exige la publicación inmediata de los resultados finales.  Sin embargo, por el momento no se han tomado medidas y aún es imposible intentar vislumbrar cuáles serán los próximos pasos del Tribunal Supremo.

En medio de este difícil escenario, no extraña que ciertas influencias o posturas comenzaran a tener un rol relevante en medio de este conflicto.  A nivel interno, el líder de los veteranos de guerra, Jabulani Sibanda, dio a entender que ellos temen que, en un posible gobierno del MDC, los granjeros blancos puedan intentar recuperar las tierras confiscadas por Robert Mugabe.  A nivel externo, Reino Unido, Estados Unidos, Sudáfrica y Botswana ya han mostrado una política activa en torno a este conflicto.  A sabiendas que Estados Unidos y el Reino Unido esperan por la caída de Mugabe, ambos estados están preocupados por la delación de los resultados de los comicios presidenciales.  Al mismo tiempo, Botswana está presionando para que la Unión Africana se involucre con mayor profundidad en la crisis de Zimbabwe.  Finalmente, Sudáfrica mantiene su “neutralidad”, ya que aunque presiona a Zimbabwe, no ha mostrado una actitud más severa con el gobierno de Zimbabwe, especialmente en el tema humanitario y de los derechos humanos.  ¿Será que el problema de la reforma agraria también complica al gobierno de Mbeki?, ¿temerá que una ola de refugiados pueda intentar cruzar a territorio sudafricano?

Un futuro incierto, complejo y prolongado en el tiempo

Una nación destruida.  Así podría denominarse al producto final del gobierno de Robert Mugabe.  Puede sonar demasiado frío, pero lo cierto es que la situación actual en Zimbabwe es realmente crítica y amenaza con transformarse en algo crónico, a menos que los políticos zimbabuos –quizás con ayuda de mediadores de la Unión Africana- logren cambiar el rumbo de la política de este complejo estado del África Austral.

De momento, y tomando en cuenta los hechos acontecidos, ya se pueden elaborar algunas conclusiones o proyecciones.  Lamentablemente, no son positivas, ya que sirven para demostrar que aún falta mucho para poder salir adelante.  Sin embargo, se pueden rescatar algunos aspectos y, lo más importante, se debe tomar nota respecto a lo que no debe repetirse.

En lo referente a la política interna de Zimbabwe, ha quedado demostrado que el nuevo mapa político zimbabuo ha variado respecto a lo que fue hace algunos años.  Una pequeña facción disidente del oficialismo, plasmada en la figura de Simba Makoni, una oposición todavía fragmentada, pero cada vez más poderosa y un vuelco en la mayoría parlamentaria permiten afirmar que se han producido ciertos cambios que posibilitan la proyección de modificaciones aún más profundas en la política de Zimbabwe.  El “factor Makoni” ha sido muy importante, ya que le restó apoyo a Mugabe en ciertos gobiernos regionales y, quizás lo más importante, le generó desconfianza a Robert Mugabe, que ahora deberá preocuparse que su bloque no se desmorone, ni tampoco sufra algún desmembramiento importante.  Lo ocurrido con Simba Makoni es un llamado de alerta y, al mismo tiempo, una señal de que no sólo la oposición está fragmentada y que el Zanu-PF difícilmente vuelva a ser el mismo partido de antes.  Las cosas han cambiado y eso ya se percibe en estas elecciones.

También, quedó de manifiesto que los grandes rivales de Robert Mugabe son Morgan Tsvangirai y Simba Makoni.  El primero de ellos por haber sido capaz de presentar una oposición real y que sepa soslayar sus deficiencias como, por ejemplo, su división y su todavía incipiente base.  El segundo, por haber provocado un pequeño cisma al interior del  Zanu-PF, lo cual puede generar una posible caída de Mugabe.

Otro aspecto a destacar es lo novedoso de los últimos comicios.  Primero, porque en caso de confirmarse una segunda vuelta electoral, aquello sería algo inédito en la historia política de Zimbabwe.  Y, segundo, porque a diferencia de anteriores procesos electorales, Robert Mugabe debió hacer frente a una sólida oposición, con rivales serios y de peso.

La manipulación de datos y la poca transparencia del proceso es algo que caracterizó las elecciones recientemente celebradas.  Lamentablemente, este vicio se mantiene en la política del país y aquello es responsabilidad de quienes gobiernan.  Campaña fraudulenta, observadores electorales escogidos con pinzas, demora en la entrega de los resultados y falta de infraestructura en lugares de votación donde el MDC es fuerte, permiten concluir que los comicios han sido distorsionados, una vez más, por el gobierno de Robert Mugabe.

Ahora, más allá de quién resulte vencedor, lo concreto es que la realidad muestra a un estado en crisis, en el cual difícilmente se pueda encontrar una solución en el corto plazo.  Ni Tsvangirai, ni Mugabe están en condiciones de frenar la deplorable situación de la sociedad, la política y la economía del país.  El asunto de la reforma agraria sigue siendo un tema demasiado importante y, por lo mismo, mientras no se establezca una determinación salomónica, ningún gobierno podrá hacer frente a las necesidades actuales del país.  La eterna lucha entre los granjeros blancos y aquellos que buscan una correcta redistribución de las tierras tiene mucho tiempo por delante.  Ni siquiera hay pequeños signos que permitan vislumbrar una pronta resolución.

Las precarias condiciones de vida, el problema del SIDA, la escasez de alimentos, la amenaza de cortes energéticos, una inflación sin límites y la crisis económica reinante siguen siendo el lastre de Zimbabwe.

Finalmente, se ha podido apreciar el absoluto fracaso de Sudáfrica y la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) como mediadores y actores claves en este conflicto.  La siempre “tibia” participación sudafricana y la timidez de la SADC han permitido que los abusos de Robert Mugabe se sigan manteniendo en el tiempo.  Faltos de rigurosidad y demasiado permisivos con el gobierno zimbabuo, Sudáfrica y la SADC demostraron no estar en condiciones de asumir un liderazgo que no sienten.  Cabe preguntarse, entonces, si es tiempo que, tal cual lo pide Botswana, sea la Unión Africana (UA) quien medie en el asunto.  Sin embargo, el conflicto de Darfur, el caos somalí, el posible envío de una misión a las Comoras y la inestabilidad en países como República Democrática del Congo, entre otros casos, no permiten que la Unión Africana pueda dedicarse con exclusividad al problema zimbabuo.

Entonces, sólo queda pensar en los grandes retos que tendrá el futuro gobierno de Zimbabwe.  La democratización y estabilidad del país, la recuperación de la institucionalidad, el establecimiento de una reforma agraria justa, el renacimiento de la economía, la reinserción en el contexto internacional y la solución de la caótica crisis social y humanitaria son algunos de los desafíos que deberá enfrentar la República de Zimbabwe.

Duele decirlo, pero es la realidad. Aunque cueste creerlo.

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Raimundo Gregoire Delaunoy
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