África Subsahariana
Malí, de la rebelión tuareg a la intervención militar
En algo nada novedoso, grupos nómades del Sahel (aunque cada vez más cercanos a una especie de “semi nomadismo”) iniciaron un nuevo proceso de alzamiento y lucha por sus demandas. Aquello comenzó en enero de 2012, motivado por distintos factores político-sociales y económicos, y gatillado, en buena parte, por la caída de Muammar al Gaddafi […]

En algo nada novedoso, grupos nómades del Sahel (aunque cada vez más cercanos a una especie de “semi nomadismo”) iniciaron un nuevo proceso de alzamiento y lucha por sus demandas.

Aquello comenzó en enero de 2012, motivado por distintos factores político-sociales y económicos, y gatillado, en buena parte, por la caída de Muammar al Gaddafi en Libia. Esto último permitió que diversos mercenarios tuareg regresara desde territorio libio cargados del armamento y el dinero suficiente para poder llevar a cabo una nueva rebelión tuareg.

No es primera vez que ocurre algo así y, de hecho, ya a comienzos del siglo XX existen pruebas históricas sobre revueltas tuareg. En pleno período de descolonización africana, los tuareg mantuvieron su interminable deseo de lucha, aunque uno de los principales hitos llegaría en 1990, año en el cual se daría inicio a una de las más recordadas rebeliones impulsadas por estos habitantes autóctonos de esta zona.

Al respecto, cabe recordar algunas cosas que son de gran relevancia y que muchas veces son desconocidas. Los tuareg son parte de los pueblos bereberes, es decir, son una de las diversas ramas de las poblaciones indígenas de buena parte del Norte de África y del Sahel.

Históricamente, se trata de un pueblo nómade y que se distribuye, en forma irregular, a través del territorio de Argelia, Burkina Faso, Libia, Malí, Níger e, incluso, en el norte de Nigeria.

Los bereberes tienen su lengua, pero cada grupo tiene su propio dialecto. Suelen ser buenos comerciantes y, en algo lamentable, es común que sufran el olvido de sus gobiernos. Es por esto que han tenido que alzar su voz, y también las armas, para luchar por sus derechos. Eso es, justamente, lo que está ocurriendo en Malí, un país que va camino a la acefalía político-administrativa.

A fines de marzo de 2012, y ya con dos meses de rebelión tuareg en el norte del país, el presidente Amadou Toumani Traoré sufrió un golpe de estado. Según los militares golpistas, este hecho era la natural consecuencia de un pésimo manejo del alzamiento tuareg por parte de Touré.

Apenas unas semanas más tarde, el Movimiento Nacional para la Libertad del Azawad (MNLA) realizó la declaración de independencia del Azawad (que es la zona norte de Malí), tras lo cual se dio inicio al gran descalabro. El país quedó dividido en dos. El Azawad controlado por los rebeldes tuareg del MNLA y el resto bajo el mando de los golpistas. En medio de esto, los fieles al anterior presidente intentaban el retorno al poder de su mandatario.

La caída de Amadou Toumani Traoré (conocido como ATT) y la llegada al poder de los militares golpistas estuvo lejos de ser una solución a la crisis y, de hecho, allanó el camino hacia la división del territorio.

Así fue que los islamistas radicales de Ansar Dine no dudaron en aprovechar su oportunidad y en cosa de semanas ya se habían convertido en protagonistas del caos político y social. Entendiendo que las condiciones del país permitirían un buen avance, Ansar Dine fue desplazando al MNLA y le quitó dominio en gran parte del norte de Malí.

Luego, se produjo la entrada en escena de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y del Movimiento para la Unidad y la Jihad en África Occidental (MUJAO), quienes lograron consolidar una nefasta, sórdida y confusa alianza con Ansar Dine.

El MNLA, que en un momento anunció un sorpresivo pacto con Ansar Dine, finalmente quedó solo, ya que su carácter laico e independentista chocaba con el de los grupos islamistas radicales, que pregonaban la imposición de la sharia (ley islámica) y que no buscaban un separatismo del Azawad.

Un peligroso status quo

Han pasado los meses y la situación no ha cambiado mucho. Burkina Faso está intentando mediar, pero en paralelo se han descubierto inquietantes señales que apuntan a conexiones de los islamistas radicales con el gobierno de Argelia. A su vez, este último acusa a Marruecos de estar ayudando a los rebeldes, aunque, hasta el momento, no hay pruebas concretas de aquello. Mientras, las informaciones han dado a conocer extraños movimientos de guerrilleros y líderes islamistas radicales de Ansar Dine o del Mujao en Costa de Marfil, Senegal y Mauritania.

La Comunidad Económica de Estados del África Occidental (CEDEAO) ya tiene planes de intervenir el norte de Malí, pero no ha encontrado el apoyo suficiente. Alemania y, especialmente, Francia sí están a favor de una fuerza conjunta (por parte de los países miembros de la CEDEAO), pero aún no se ha conseguido el aval de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Sin embargo, el gobierno transitorio (de Malí) y la Unión Africana realizan un fuerte lobby y todo indica, gracias al sustento galo, que tarde o temprano se “intervendrá” el Azawad.

Evidentemente, hay muchas conexiones y muchos objetivos subterráneos, los cuales seguramente nunca serán conocidos, pero lo que está por venir puede ser un momento bisagra en este conflicto.  Los intereses económicos son muy fuertes (en Malí y en países vecinos), los recursos energéticos están muy presentes en este asunto y, la geopolítica también marca una fuerte presencia.

Sin embargo, lo mencionado anteriormente es muy importante, pero no alcanza a tener la relevancia de la variable étnico-religiosa y social de esta situación.

Las reivindicaciones de los rebeldes tuareg deben ser analizadas y, posteriormente, puestas en la mesa de los gobiernos de los países sahelianos, pero también de los magrebíes y de los africanos subsaharianos que tienen directa influencia en esta región.

Mientras no se enfrente este asunto, los tuareg, de tanto en tanto, harán de las suyas y, tal cual ocurrió ahora, los terroristas, los traficantes, las empresas y los gobiernos con intereses específicos harán lo propio.

Por eso, gran parte de la responsabilidad de lo que está aconteciendo recae en la incapacidad de los bloques regionales de integración, los cuales no han podido o, peor aún, no han querido enfrentar este conflicto, que ya tiene muchas décadas de existencia.

Informaciones previas al inicio de la rebelión tuareg de 2012 ya daban cuenta de un posible alzamiento por parte de los tuareg. Y cuando se llegó a la agonía del régimen de Muammar al Gaddafi, la especulación ya se convertía en un hecho concreto.

¿Por qué los países del Sahel no quisieron negociar con el MNLA?, ¿por qué Argelia decidió apoyar a los rebeldes?, ¿por qué los golpistas de Malí no tuvieron capacidad de reacción?

Estas son algunas de las interminables preguntas que brotan en medio de este problema.

El horizonte del Azawad, ¿hacia dónde va?

Hoy, para algunos, existe una opción que podría ser una solución. A través de la mediación de Blaise Campaoré, presidente de Burkina Faso, se está postulando la idea de un MNLA que pida el derecho a la autodeterminación y no a la independencia.  Esto último podría permitir que ciertas potencias apoyen esta moción y así se tenga un postura común. Sin embargo, la gran pregunta es cómo realizar un referéndum en una zona de nadie.

Entonces, ahí se vuelve a la intervención militar y, lógicamente, aparecen ciertas dudas. Por ejemplo, ¿por qué están demorando algo que evidentemente se llevará a cabo?, ¿cuántas tajadas del comercio de los recursos energéticos se llevarán las potencias que intervendrán el norte de Malí?, ¿cuántas transnacionales se posicionarán en esta zona?, ¿con qué cara Argelia se uniría a una fuerza multinacional si su gobierno ha sido cómplice del actual caos?

Y, la principal interrogante, es saber quién dirigiría al nuevo Malí, sea éste una república federal con un Azawad con grandes poderes o un país con una zona desmembrada. Y si ocurriese esto último, ¿quién gobernaría en el Azawad y cómo eliminar a cada uno de los islamistas radicales que por ahí pululan?

Por eso, es momento, por más que ya sea demasiado tarde, que los países sahelianos y magrebíes asuman la tarea de encontrar una solución para todos los problemas que afectan al Magreb y Sahel. Ahí tenemos tráfico (de drogas y personas), inmigración clandestina y pasos migratorios, nidos terroristas (campos de entrenamiento), secuestros, luchas étnico-religiosas, desertificación avanzada y reconstrucción de fronteras y sistemas político-administrativos.

Y todo eso es nada en comparación al gran drama del Sahel. Según los últimos datos (de septiembre), 393.431 personas han tenido que dejar su casa (118.795 desplazados internos y 274.636 refugiados en países vecinos) y cerca de 4.6 millones de personas están en riesgo de inseguridad alimenticia.

¿Algo más? Sí, pues faltan 113.4 millones de dólares para cubrir las necesidades sanitarias y alimenticias más básicas y urgentes.

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Raimundo Gregoire Delaunoy
@Ratopado
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