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Los DD.HH. y la elección presidencial en Chile

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Los DD.HH. y la elección presidencial en Chile

Fecha 23/02/2021 por Raimundo Gregoire Delaunoy

A fines del presente año, se desarrollarán las elecciones presidenciales en Chile. Se trata de un proceso que siempre genera expectación, pero, en el contexto actual, parecen ser más importantes que otros comicios realizados en el pasado. El estallido social de 2019, la violencia de grupos que solo buscan destruir todo, los casos de violaciones a los derechos humanos y, finalmente, la pandemia del Covid-19 permiten concluir que quien llegue a la presidencia tendrá grandes desafíos.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 22 de febrero de 2021

Al respecto, es evidente que hay muchos temas relevantes, pero vale la pena detenerse en los derechos humanos, los cuales podrían ser definidos como la base de cualquier gobierno que desee traer paz social a Chile y la región. En este sentido, es necesario revisar, brevemente, algunas coyunturas actuales que afectan al país y al mundo.

A nivel nacional, se han detectado y confirmado diversos casos de violaciones a los DD.HH. La mayoría de ellos, involucrando la fuerza desproporcionada usada por ciertos carabineros contra manifestantes pacíficos y otros que han usado la violencia. Más allá que esto último no se pueda permitir, tampoco se debe avalar una respuesta que incluya métodos represivos que traspasen la línea que divide entre la “fuerza proporcional y legítima” y los abusos de poder. Por eso, es momento que todas las fuerzas políticas se pongan de acuerdo en la importancia de defender los derechos humanos. Así, se debe reconocer que hay partidos políticos y movimientos sociales que parecen tener como objetivo la destrucción, el caos y la violencia, pero que, en paralelo, las fuerzas policiales han sido incapaces de responder como corresponde, o sea, sin cometer violaciones a los derechos humanos. Sobre esto último, no puede haber una doble moral, ni tampoco justificaciones, comparaciones o empates. No importa si quien sufra una violación a los derechos humanos estaba protestando pacíficamente, atacando un paradero de micros o robando al interior de una tienda. El punto fundamental es que ni siquiera un delincuente o un asesino puede sufrir una violación a los derechos humanos. Por algo existen las detenciones, el debido proceso, los tribunales, los procesos judiciales y las sentencias. Si vamos a permitir que la “justicia” -por más que sea un nido de corrupción- sea reemplazada por la violencia, entonces solo habrá más de esta última. El estado nunca debe ser parte de los hechos violentos y, a la inversa, tiene que ser capaz de imponer una justicia que cuide los derechos humanos de toda persona. En consecuencia, la reforma de Carabineros es urgente y el retraso de este proceso no tiene lógica, ni argumentos a su favor. Negar la imperiosa necesidad de cambios en las fuerzas policiales es no querer ver la realidad. Los casos de daños o pérdidas oculares deben ser investigados a fondo y son, quizás, el mayor reflejo de esa incapacidad de responder con fuerza proporcional. En paralelo, la ideologización de los derechos humanos también debe ser desterrada, ya que avalar dictaduras del bando contrario o diseminar información falsa (como el centro de torturas en la estación de metro Baquedano) le hace un flaco favor a la defensa de los derechos humanos.

Luego, es importante que se genere consenso en torno a la situación de Venezuela y, particularmente, sobre la dictadura de Nicolás Maduro. Aquí, nuevamente, no se pueden generar empates, comparaciones o justificaciones. En Venezuela no hay una “crisis democrática”, tal cual plantea el Partido Comunista chileno, ni tampoco un gobierno autoritario. Se trata de una dictadura a secas, en la cual, como es obvio, se violan los derechos humanos. Según las cifras oficiales entregadas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), 6,5 millones de venezolanos han sido forzados a dejar su país por motivos de seguridad o, simplemente, por no tener acceso a alimentación, agua potable o medicamentos. Son, en su mayoría, refugiados, los cuales se han desplazado hacia otros países sudamericanos. Las cifras deben ser resaltadas, pues incluso superan los números de Siria (5,6), Afganistán (2,6), Sudán del Sur (2,2), Myanmar (1,0) y Somalía (0,9), países que, a nivel internacional, son conocidos por estar enfrentando severas y largas crisis políticas, sociales y económicas.

En Chile, la comunidad venezolana suma 455.494 miembros, pero se cree que la cifra debería ser aún mayor, ya que aún no entregan los datos correspondientes a 2020. En los primeros meses de 2021, Colchane se ha convertido en un tema de debate. Con entradas ilegales que llegaron a bordear los 1.500 por día, se generó un flujo migratorio que se puede catalogar como crisis. El gobierno chileno y las autoridades locales se vieron superados por este asunto y, finalmente, se tomó la decisión de realizar deportaciones de aquellas personas que habían ingresado en forma ilegal. Además, se han comenzado a generar problemas en Iquique, ciudad en la cual emergieron campamentos en espacios públicos como plazas. La pregunta del momento es cómo compatibilizar la defensa de la soberanía nacional (es decir, impedir la entrada por medios ilegales) con los acuerdos adquiridos por medio de la firma de convenciones internacionales sobre refugiados e inmigrantes. Junto a lo anterior, se plantea la discusión, desde un plano ético o, si se prefiere, humano, respecto de qué hacer con personas que, si bien ingresan en forma ilegal, escapan de una dictadura. Lamentablemente, el escenario actual chileno impide que se puedan abrir las puertas a miles o millones de venezolanos, pero tampoco se les puede cerrar la puerta en sus narices. El asunto, entonces, es qué hacer. Para ello, nuevamente es necesario recordar que la defensa de los derechos humanos es algo que no se transa y, por lo mismo, se tiene que buscar un mecanismo regional que permita acoger de la mejor forma a los millones de venezolanos que han abandonado su país. En este punto, no debe haber una doble moral y el rechazo a la dictadura venezolana debe ser total.

Relacionado con los derechos humanos, también sería interesante analizar el estado de la democracia en Latinoamérica. Según el último informe realizado por The Economist, Uruguay, Chile y Costa Rica son los únicos países latinoamericanos que tienen una “democracia plena”, mientras que Cuba, Nicaragua y Venezuela reciben el rótulo de regímenes “autoritarios”.  Para peor, los grandes de la región -Argentina, Brasil y México- han registrado una baja en sus índices. De hecho, Argentina y Brasil abandonaron el grupo de las democracias plenas. Es así que, una vez más, cabe preguntarse qué piensan gobierno y oposición, pero también los partidos políticos y los candidatos presidenciales, sobre esta situación. Hasta hoy, no hay una opinión común sobre lo que ocurre en dichos países, aunque la evidencia, entregada no solo por The Economist, sino que también por organismos internacionales, confirma que América Latina ha tenido una caída en su proceso de democratización y que, peor aún, Cuba, Nicaragua y Venezuela sufren por las dictaduras. El caso cubano es emblemático, ya que se trata de una dictadura de más de 60 años.

Más al norte, cabe mencionar lo que pasa en Estados Unidos. Todos han puesto el foco en Donald Trump, pero durante años ha sido imposible generar consenso y acciones concretas, a nivel diplomático, que se refieran a las violaciones a los derechos humanos cometidas en Guantánamo, pero también a los abusos que han tenido lugar en diversos conflictos en los cuales participa el principal país de América. Quienes denuncian las violaciones a los derechos humanos en Venezuela o Cuba suelen mirar hacia otro lado cuando se trata de analizar lo que ocurre en Estados Unidos. A la inversa, los detractores de Estados Unidos se olvidan de mencionar a Cuba o Venezuela. Aunque suene majadero, ¿qué pensarán aquellas personas que desean llegar a la presidencia de Chile?

Finalmente, no se puede dejar de mencionar la situación en el mundo. Bielorrusia, Guinea Ecuatorial, Egipto, Arabia Saudita, Irán, Corea del Norte, Libia, Myanmar, Qatar y Afganistán son algunos de los diversos países donde se han violado derechos humanos. Salvo excepciones, no se ven medidas ejemplares por parte del estado chileno, ya sea bajo gobiernos de “derecha” o “izquierda”. Parece ser que la lógica comercial, que es la base de la diplomacia de Chile, siempre termina imponiéndose y, por ende, se hace vista gorda respecto del sufrimiento de millones de personas que, por oponerse a un gobierno, terminan presos, torturados o asesinados. En el mejor de los casos, logran escapar, para luego vivir como ciudadanos de última categoría en algún campamento de mala muerte.

Es hora que en Chile se fije una política de estado respecto de los derechos humanos, pero que aquello sea respaldado por todos los partidos políticos y la sociedad civil. Vengan de donde vengan, las violaciones a los derechos humanos no pueden ser aceptadas, ni minimizadas. Llegó el momento que los partidos políticos, los gobiernos de turno y las organizaciones sociales asuman el desafío de velar por los asuntos más básicos de la población. Esos mismos derechos que, hasta hoy, impiden que Chile pueda ser considerado como un país desarrollado.

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La inmigración en Chile, un fracaso político y social

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La inmigración en Chile, un fracaso político y social

Fecha 26/10/2018 por Raimundo Gregoire Delaunoy

Si hace uno o dos años los inmigrantes parecían estar muy contentos en Chile, hoy la situación ha cambiado mucho. Si bien todavía muchos extranjeros que llegaron en busca de una mejor vida dicen estar contentos por aquella decisión, otros tantos reflexionan sobre el sentido de llegar a este país. Y, por supuesto, están aquellos que ya se fueron a su lugar de origen o que tomaron la determinación de irse apenas puedan.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 26 de octubre de 2018

(Fotografía: Agencias)

Al respecto, cabe pensar, brevemente, qué ha pasado con la inmigración en Chile. Partamos por lo básico, que son las políticas migratorias del estado chileno. Lo primero que resalta es que en este proceso inédito para Chile (hace algunos años había 300.000 o 400.000 inmigrantes en situación legal y ahora son más de un millón) ha habido muchos errores en la manera que los gobiernos de turno y los políticos han abordado este tema. Es cierto que el cambio de la tendencia migratoria fue muy brusco, pues el país pasó de ser un territorio lejano a los grandes procesos migratorios a uno que, de la noche a la mañana, recibía miles de haitianos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, dominicanos y otros latinoamericanos. También, aunque en mucha menor cantidad, europeos (principalmente españoles), palestinos y sirios.

Sin embargo, el grado de improvisación es pavoroso. Recién a mediados de 2017 y durante el presente año se ha intentado enfrentar, aunque sea tibiamente, el problema de los flujos migratorios. El estado, y en eso hay que ser muy claro, ha sido incapaz de ofrecer buena calidad de vida la mayoría de los inmigrantes que llegaron a Chile. Dejemos a un lado a los profesionales –que vienen de países como Argentina, Venezuela o España-, ya que ellos pertenecen a una burbuja privilegiada, y pongamos el foco en lo más masivo, es decir, los ciudadanos de Haití, Venezuela, Colombia y República Dominicana, por dar algunos ejemplos. Así, se han encontrado con serios problemas que no solo los azotan a ellos, sino que también a los chilenos. Por ejemplo, cerca del 80% de los trabajadores de nacionalidad chilena gana menos de 400.000 pesos mensuales y las cifras de cesantía (que han oscilado entre el 9% y 10% en los últimos años) no reflejan la realidad de la precariedad laboral (mucha gente trabajando sin contrato, sueldos contrarios a toda ética laboral y abusos de diversa índole, o sea, explotación laboral). Obviamente, los inmigrantes, aquellos que venían en busca del “sueño chileno”, se enfrentaron a esta dura realidad.

A eso sumemos, por dar otro ejemplo, el racismo que se ha producido. Muchos de los inmigrantes han reconocido que sufren o han sufrido discriminación por su color de piel, su etnia o su condición socioeconómica. A este hecho se suma otro tipo de racismo, uno más disimulado y peligroso, ya que está anclado en lo más profundo del inconsciente de una parte de la sociedad chilena. Cuando se les pregunta por los negros que han llegado a Chile (y aquí muchos quizás digan que el término “negro” es racista, aunque, claramente, no lo es), muchos dicen que serán un aporte, pues en algunos años más tendremos grandes atletas o porque la selección de fútbol tendrá jugadores rápidos, altos y fuertes. Entonces, la pregunta brota en forma espontánea. ¿Acaso no aportan con su rica cultura?, ¿no son un aporte en el plano intelectual?, ¿su capacidad de esfuerzo no suma para levantar a un país que, aunque a muchos les duela, está de capa caída? Parece ser que, para muchos, la raza negra solo entrega su físico y no su forma de pensar, su historia y sus costumbres. Un racismo etnocentrista y que, como en muchos otros ámbitos, tiene una clara raíz eurocentrista, es decir, los europeos blancos son dioses y los indígenas y negros son unos salvajes. A esto sumemos la estigmatización que sufren ciertas comunidades. Es cierto que algunos inmigrantes latinoamericanos han ingresado a Chile para cometer delitos, pero representan a un porcentaje mínimo del total de los delincuentes. En este sentido, vale recordar que entre 2013 y 2017 el promedio de extranjeros expulsados fue de 1.237 por año, es decir, una cifra pequeña en comparación a los foráneos que viven en territorio chileno. Además, siempre se apunta con el dedo a los colombianos y dominicanos, pero estos últimos, por ejemplo, registran 181 expulsiones en el período 2013-2017, mientras que los argentinos totalizan 178. ¿Alguien menciona que los trasandinos son unos delincuentes? Nadie. Y eso está bien, porque no se puede generalizar, pero esto último sí ocurre con los dominicanos que, vaya sorpresa, suelen ser negros o mulatos.

Pasemos a otro asunto, que es la situación legal de los inmigrantes. Es muy bueno que se hayan creado distintos tipos de visas, pues eso va en la dirección correcta y es lo que están haciendo los países que están a años luz de Chile en materia migratoria. Sin embargo, nuevamente aparecen graves vacíos o falencias. Por ejemplo, muchos inmigrantes piden visa de residencia definitiva y reciben un carnet de identidad provisorio, el cual tiene una duración de seis meses. El problema es que no se puede renovar y la entrega de visa –en el caso de quienes tienen la suerte que su solicitud sea aceptada- demora al menos diez meses. Esto genera un espacio de cuatro a ocho meses en el cual el extranjero está en condición legal –tiene el papel que demuestra que está esperando la respuesta a su solicitud de visa-, pero, al mismo tiempo, se encuentra en tierra de nadie. No puede ser ingresado como carga de alguien que tenga una isapre, no puede sacar beneficios en ciertas comunas donde residen (les piden el carnet de identidad), pierden oportunidades laborales (en muchos trabajos exigen visa definitiva entregada) e incluso se les complica el tema del pago, pues no pueden sacar boleta o, simplemente, no tienen cómo recibir el pago por sus servicios, ya que en ocasiones les exigen una cuenta bancaria. Así, algunos tienen la suerte de poder contar con la cuenta corriente de algún conocido, pero esto choca con otro tema legal, que es pagarle a alguien que no trabaja en un lugar determinado. Y esto, obviamente, complica a quienes quieren darle condiciones serias de trabajo.

Antes de terminar, es importante mencionar lo que ha ocurrido con los refugiados sirios, algunos de los cuales, hasta el día de hoy, siguen reclamando por lo que han sufrido en Chile. Algunos han logrado integrarse, pero otros siguen sin trabajo y no logran tener los recursos necesarios para vivir por su cuenta. Acusan, algunos de ellos, que el estado chileno los abandonó. Si es cierto o no, es difícil saberlo (habría que analizar cada caso), pero, más allá de quién es responsable, nos encontramos, nuevamente, ante otro fracaso o, como mínimo, un proceso de integración que no logró consolidarse en su 100%.

Por último, la guinda de la torta es la iniciativa del gobierno que busca darle algo de dignidad a los ciudadanos haitianos que quieren volver a su país, luego de pasar penurias durante su estadía en territorio chileno. Dada la situación actual, parece razonable que los ayuden al retorno, pero esto debe ser motivo de reflexión y análisis. Durante 2017 se le abrió la puerta a miles de haitianos, en una política migratoria que podría ser calificada como irresponsable y que, en realidad, no merece ser llamada “política migratoria”. Nunca pensaron en la calidad de vida de los caribeños que viajaban llenos de ilusiones. Se les engañó y este plan de devolución es una demostración de otro fracaso en el asunto de la inmigración en Chile.

En medio de este contexto, diversas organizaciones o grupos pertenecientes a la sociedad civil han acogido a los inmigrantes, para así ayudarlos a subsistir en medio de la difícil situación que enfrentan. Solo por mencionar un caso, cabe resaltar lo que hace el Instituto Católico Chileno de Migración (INCAMI), el cual realizar cursos de español gratuitos, asistencia médica sin costos, asesoría legal, alojamiento, apoyo en la búsqueda laboral, capacitación para los migrantes, atención a los refugiados, actividades recreativas, talleres de diversa índole e incluso investigación del fenómeno migratorio. Todo esto, que es notable, refleja, nuevamente, el fracaso del estado, pues ¿no debiese ser este último el encargado de dar eso a los inmigrantes y refugiados?

Resumiendo, Chile no está preparado para un flujo migratorio tan potente y repentino. El estado chileno ni siquiera es capaz de darle una buena calidad de vida a sus ciudadanos –quienes sufren por el alto costo de la vida y la precariedad laboral, entre otros males-, asi que obviamente no iba a ser posible que los inmigrantes pudiesen insertarse de buena forma en Chile. Es momento, entonces, que Chile, con gran dolor, ponga pausa al proceso migratorio. Lo primero es desarrollar y mejorar la situación laboral de Chile (y no solo de Santiago y las grandes ciudades). En paralelo, se debe seguir avanzando, a pasos gigantes, en temas esenciales como educación y salud. Luego, se debe modernizar el aparato estatal. Y, finalmente, se tiene que modificar, con urgencia, la política migratoria y el marco regulatorio de los inmigrantes. Una vez que eso pase, Chile podrá volver a abrirle la puerta a los extranjeros. Y, como humilde sugerencia, se deben estudiar a fondo los buenos y malos ejemplos de políticas migratorias en el mundo.

Raimundo Gregoire Delaunoy
@Ratopado
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl

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Chile-Perú en La Haya, una buena radiografía

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Chile-Perú en La Haya, una buena radiografía

Fecha 27/01/2014 por Raimundo Gregoire Delaunoy

Nunca escribo en primera persona, pero esta vez lo haré. Al empezar, dejaré en claro que soy un ignorante en el ya famoso y (harto) manoseado asunto del diferendo marítimo entre Perú y Chile, el cual hoy, por fin, será resuelto.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 27 de enero, 2014

palacio-la-monedaHabrán pasado casi seis años desde que se dio inicio a este litigio y, ya en la recta final, cabe reflexionar sobre algunos aspectos. Y no se trata de lo técnico –ya expresé mi desconocimiento al respecto-, sino que de la variable sociológica, si así se puede decir.

Durante el último mes se ha visto un desfile de especialistas. Periodistas, economistas, abogados, cientistas políticos, sociólogos, ingenieros, diplomáticos, políticos, etc. Una larga lista de personas, de las cuales queda la impresión que muchos dicen lo mismo y pocos logran ir más allá y elaborar lo que todos queremos, es decir, juicios y observaciones basados en un estricto conocimiento del tema.

Si nos preguntáramos cuántos de aquellos “especialistas” han sido un aporte, deberíamos concluir que muy pocos lo fueron. Ante la pregunta de cuántos oportunistas hemos visto pasar por los medios (escritos, radiales y televisivos), la respuesta es absolutamente distinta. Claro, pues tendríamos que decir que son muchos. Y eso, claramente, agota. Es una nueva (y nada novedosa) señal que la investigación en Chile está estancada en el fondo de un pantano.

Esto último, pues pocos profesionales realmente se dedican a trabajar e investigar en un par de tópicos o una o dos regiones específicas. Si el asunto del momento es el diferendo marítimo, pues seré experto en eso. Si después es noticia lo que ocurre en Siria, me disfrazaré de experto en Medio Oriente. Y si de repente explota un tema político-económico en Europa, entonces seré un gran europeísta. Bueno, ya, y si tengo que ir a hablar de Al Qaeda y África, también lo haré. Y si me ponen a los China, Japón, Vietnam y las dos Coreas, también.

Así, rodeados de una especie chilena muy típica, los “multiespecialistas”, llego a este 27 de enero con la sensación que pude haber aprendido más sobre este tema, el de La Haya, pero que no lo hice porque cuando vi columnas, artículos y entrevistas pocas veces encontré algo diferente. Digamos, cosas que no aparezcan en Wikipedia o en una rápida búsqueda en Google.

Entonces, uno reflexiona sobre por qué los medios no contactan a quienes más saben en estos hitos. ¿Por qué debemos ver las mismas caras en este diferendo, siendo que antes las vimos en Siria (guerra civil), Grecia (crisis económica), Estados Unidos (Obama) y Sudáfrica (Mandela)?, ¿no hay más profesionales que tengan conocimientos?

Este punto da para largo y, al ser esta una columna, no se puede profundizar más, pero dejo la reflexión en el aire. Ahora, paso de inmediato al siguiente tema, es decir, el nacionalismo y el llamado a la unidad en un momento como este.

Sobre lo primero, durante años y décadas se ha olvidado, a las regiones extremas del país. Mientras en Talca, Concepción, La Serena o Puerto Montt reclaman contra el “yugo” de Santiago, esas mismas voces ni se preocupan de lo que ocurre con sus “hermanos menores”, o sea, Arica, Parinacota, Iquique, Aisén, Punta Arenas y Puerto Natales, por dar algunos ejemplos.

Es una triste realidad, pero en Chile no hay un sentimiento de unidad nacional –basado en el regionalismo-, sino que cada cual busca su beneficio y reclama cuando algo les afecta a ellos y no a sus vecinos. Por eso, que ahora aflore el nacionalismo parece ser exagerado y sumamente contradictorio.

Igual que el famoso “llamado a la unidad” por parte de los políticos, los mismos que hace unos meses atrás se sacaban los ojos y se desgarraban con tal de agarrar un puesto en el Congreso chileno. Y son los mismos que durante décadas se han llenado sus bolsillos sobre la base de hablar mucho y hacer poco. Especialmente en zonas extremas, como en la de Arica.

Por último, no se puede olvidar el principal asunto. Conocida la bipolaridad del chileno, pero también su inevitable tendencia a ver todo en negro y gris, se ha generado una tremenda y terrible ola de pesimismo. Y así, llegamos al pensamiento de las últimas semanas. “Chile va a perder y punto. No hay más destino que una dura derrota, porque siempre ha sido así”.

Y aquella sensación es real, pero más que por un eventual traspié en La Haya, es por dos hechos históricos. El primero, a nivel diplomático, Chile mira en menos a sus vecinos regionales y aquello nos significó, finalmente, el autogol de llegar a La Haya. El segundo, normalmente se ha perdido –en todo sentido-, porque pocas veces se ha pensado en ganar y nunca se ha logrado construir una sociedad fraternal y generosa. Más allá de si se gana o no este litigio, hace rato que Chile se anota derrotas. En lo ético y en lo humano. Ganamos en lo material, pero sufrimos tremendas goleadas en lo espiritual.

El día que la mentalidad chilena cambie, en todo ámbito, dejaremos de estar en La Haya, no tendremos “multiespecialistas” en los medios, entenderemos que el concepto “nación” se vive en lo cotidiano (lejos de los ambientes hostiles) y, finalmente, progresaremos como país, en lo general, y como personas, en lo particular.
Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
@Ratopado

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La peligrosa integración sudamericana

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La peligrosa integración sudamericana

Fecha 29/08/2012 por Raimundo Gregoire Delaunoy

En medio de la crisis política (y social) de Paraguay, los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay, todos miembros plenos del Mercado Común del Sur (Mercosur), realizaron una rápida partida de ajedrez que terminó con un rotundo jaque mate al Congreso paraguayo.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 29 de agosto, 2012

Aprovechándose de la situación, Cristina Fernández, Dilma Rousseff y José Mujica no dudaron en darle una mano a Hugo Chávez, permitiendo el ingreso de Venezuela (como miembro pleno) al Mercosur.

Esto último es algo que estaba trabado desde 2006, ya que para que un país se integre al Mercosur, la adhesión debe ser aprobada por cada uno de los estados que son parte de este bloque de integración.

Es así que el gobierno de Paraguay no había podido dar el “Sí”, bajo la era del destituido Fernando Lugo, ya que el Congreso paraguayo había votado en contra del ingreso venezolano.

Lo paradójico, pero también inaceptable, es que en una “movida express”, Fernández, Rousseff y Mujica olvidaron las terribles condenas que realizaron a lo que ellos mismos bautizaron como “golpe de estado” y, beneficiándose de aquel suceso, lograron aprobar la entrada de Venezuela al Mercosur.

Esto fue posible, ya que Paraguay fue suspendido de dicho bloque de integración y, en consecuencia, se contaba con la unanimidad necesaria para que “el vecino del norte” tuviese el camino llano hacia el Mercosur.

Sin embargo, este procedimiento no es legal, pues va en contra del Tratado Constitutivo del Mercosur, según el cual se necesita la unanimidad de los miembros para aprobar nuevos ingresos y, como se sabe, Paraguay no fue excluido, sino que suspendido.

Sudamérica no está unida, pero sí bajo el influjo de la ideología

Lo ocurrido con el Mercosur demuestra, una vez más, que no existe un verdadero espíritu sudamericano y que, todo lo contrario, lo único que se está construyendo son febles tejidos ideológicos.

Mientras, Chile, Colombia y Perú (además de México) están reafirmando una “Alianza del Pacífico”, sustentada, principalmente, en el reciente Acuerdo del Pacífico (firmado en 2012), Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela se han unido en pos de una “Alianza anti Estados Unidos”.

Bolivia y Ecuador se mantienen en la Comunidad Andina –de la cual también son parte Colombia y Perú- y han mantenido una postura más neutra respecto a los bloques de integración y siguen trabajando en pos de la consolidación de la Comunidad Andina.

En este contexto, cabe mencionar el gran peligro que constituye el Mercosur “proteccionista” o “antiimperialista”, como algunos lo han bautizado. Esto, pues cabe preguntarse, en primer lugar, qué ocurriría, por ejemplo, si Paraguay normaliza su situación (es decir, que Unasur acepte al actual mandatario) y, en consecuencia, quiera levantar su suspensión al interior del Mercosur.

El escenario ya se vislumbra muy complejo, pues el gobierno paraguayo, bajo la presidencia de Federico Franco, ya está haciendo valer la oposición del Congreso de Paraguay y ha declarado que oficializará el rechazo de su país a la adhesión venezolana.

Segundo, el Mercosur de hoy está construido en base a un tejido ideológico y eso no hace más que darle debilidad a los cimientos de este mecanismo de integración. ¿Qué ocurriría si Hugo Chávez pierde las elecciones de octubre?, ¿y si el gobierno uruguayo –donde ya hubo divisiones internas por el ingreso de Venezuela- se aleja de las posturas más extremas de los otros miembros?

Tercero, y quizás lo más grave de todo, los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay pasaron a llevar los principios fundamentales y el espíritu democrático del Mercosur, ya que permitieron el ingreso venezolano a través de un procedimiento contrario a lo que establece el Tratado Constitutivo del Mercosur. En pocas palabras, la ideología o, si se prefiere, las intenciones u objetivos son más fuertes que los reglamentos.

Más allá de estas interrogantes, lo concreto es que esta alianza no tiene buen futuro, ya que su destino depende mucho del gran gigante sudamericano.  En este sentido, Brasil no va a perder sus importantes nexos con el Pacífico, pues hacerlo sería un gran paso atrás en su intención de ser una potencia mundial en las relaciones internacionales y comerciales.

Es evidente, a menos que las aguas estén demasiado turbias y Dilma Rousseff tenga otras intenciones (escenario poco probable), que el gobierno brasileño no podrá prescindir del apoyo sudamericano.

En cuanto a la otra vereda, la del Acuerdo del Pacífico, tiene algo a su favor y es que es una asociación económica-comercial y no está basada en ideologías. La mayor muestra es que Chile y Perú, en pleno desarrollo del litigio en La Haya, no cesan en sus negociaciones para diversos acuerdos en, justamente, el ámbito del Comercio.

Por eso, el Mercosur sólo está dañando la integración sudamericana. En específico, está cambiando el motivo inicial de existencia del Mercosur  y, seguramente, afectará las negociaciones con la Unión Europea. A nivel general, está sentando las bases para un futuro quiebre en la unión del subcontinente.

Mientras el Acuerdo del Pacífico y la Comunidad Andina –que, sin dudas, es el mecanismo de integración más avanzado de Sudamérica- no son una tranca para la Unasur, un Mercosur ideologizado sí lo será.

Por eso, es momento que los gobiernos sudamericanos analicen la situación y se den cuenta que mientras existan bloques ideológicos, nunca habrá una verdadera integración en Sudamérica.

También, será necesario que la región reflexione sobre el establecimiento de organismos cuyos nexos sean construidos en base a los asuntos comerciales, pues eso también es parte de un peligroso juego.

En fin, lo concreto es que, de momento, Sudamérica ha perdido de vista el real significado del manoseado, pero no por eso innecesario, concepto de “unión sudamericana”.

 

Raimundo Gregoire Delaunoy
@Ratopado
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
Fotografía: Licencia Creative Commons

 

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chavez

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¿Y a dónde se fue Bolívar?

Fecha 23/11/2010 por Lester Cabrera

El discurso bolivariano, una de las máximas de la retórica del actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, al parecer, ha desaparecido de los medios de comunicación mundiales y regionales. ¿A qué se debe esto?, ¿es una simple foto de un momento de «low profile» en la revolución bolivariana?, ¿o simplemente es que los diversos actores internacionales, como también de la propia Venezuela, de que la “revolución” no era tal, y que estructuralmente no puede sostenerse en el largo plazo, derivada de sus mismas contradicciones? El presente artículo busca trabajar someramente con ambas hipótesis.

Lester Cabrera Toledo | 23 de noviembre, 2010

Kent Gilbert / AP

Kent Gilbert / AP

Hace aproximadamente una década atrás, la Revolución Bolivariana inundaba el espectro programático en la aún República de Venezuela, imbuida bajo el amparo de la elección del Presidente-Comandante Chávez. El programa era grandioso y la retórica total y absolutamente grandilocuente, avizorando un futuro mejor, fuera de los atávicas promesas de los “imperialistas” y “vende patrias” que, según el nuevo presidente, se “robaron el país por cerca de 60 años”.

Y la diferenciación del antiguo régimen fue rápida: emblemas “enchulados”, nueva Carta Magna y, por directa lógica, un reordenamiento político y administrativo del país. Pero tal vez lo más importante,: se imponía una lógica ideológica taxativa en los actos y acciones tanto del gobierno como del estado, es decir, se estaba en presencia de un proceso revolucionario pleno.

Lo anterior se vio respaldado por las acciones (y omisiones) de aquellos que no estaban de acuerdo con la revolución. Pero como bien dice el refrán “lo que no te mata, te hace más fuerte”, el frustrado golpe de estado del año 2002 le otorgó el lev motiv para profundizar la revolución y establecer un verdadero plan estratégico para la misma, al tiempo que se establecía de lleno la “cabeza de turco” de la revolución bolivariana: Estados Unidos y todos aquellos países que puedan figurar para el imaginario de la revolución como sus aliados, tanto reales como potenciales.

El modelo no se quedaba en la simple retórica, sino que también iba más allá. Las nacionalizaciones, el reordenamiento y cambio doctrinario de las FF.AA., la internacionalización del modelo revolucionario, el cambio de aliados estratégicos, la cooperación sobre la base de recursos naturales, e incluso mandar al diablo a diversos “connotados” de la política mundial, son una simple muestra de que el Comandante no hablaba por hablar. Él no era uno más de los varios mandatarios del país Sudamericano: era el líder de la revolución bolivariana.

¿Pero que ha sucedido? Este año 2010, y más específicamente en la segunda mitad del mismo, el Presidente-Comandante no se ha visto mucho en los medios de comunicación masivos, como en años inmediatamente anteriores ¿A qué se debe esto? Puede ser por dos factores. Uno, que simplemente la revolución se está tomando un break, o bien ese entretiempo no es tal, y el impulso revolucionario ha decaído. Veamos someramente ambas.

Si se analiza cualquier proceso que se ha autodenominado como revolucionario per se, como también cualquier proceso político donde sea el cambio el elemento rector del mismo, es posible observar que el mismo no presenta dentro de su evolución un constante comportamiento de cambio, sino que también de estabilización y posterior evaluación (o retroalimentación) por parte de los que son el principal objeto del proceso.

La anterior aseveración es posible evidenciarla desde la misma revolución bolchevique, pasando por Mao, e incluso por lo planteado por Fidel Castro y Velasco Alvarado en Cuba y Perú respectivamente. Pero cuidado. Muchas veces esa retroalimentación significó, en el mejor de los casos, replantear los postulados que sustentaban la revolución, para ampliarla, mejorarla, mantenerla y hacerla sustentable en el tiempo; o bien dio como resultado la destrucción misma del proceso. Siendo así, y considerando algunas de las políticas implantadas por la revolución, algunas de las cuales ya fueron mencionadas, el actual momento seria solamente para “tomar un respiro”.

Desde la otra vereda, es posible decantar que los sucesos ocurridos tanto en la misma Venezuela como en su entorno vecinal y paravecinal, demostrarían que el proceso revolucionario se encuentra en su fase final. Ejemplo de ello es la actual relación con Colombia, el reordenamiento electoral de la oposición en Venezuela, el manejo microeconómico del país…e incluso el mismo discurso del Presidente-Comandante, son signos de que algo no está como en años anteriores. Venezuela cambió, y también su entorno.

Apreciemos entonces este fenómeno de la siguiente manera. ¿Es posible hoy hablar de una revolución bolivariana a nivel continental? ¿Se ha escuchado en el último tiempo en los discursos oficiales de los mandatarios sudamericanos, la sigla ALBA? ¿Y en qué quedo el proyecto del Gasoducto del Sur? Ciertamente, la revolución bolivariana, tanto en Venezuela, pero principalmente en su expansión a Sudamérica, ha perdido impulso. Pero las anteriores interrogantes no resuelven estructuralmente la pregunta principal: ¿a dónde se fue Bolívar?

El prócer no se ha movido de su tumba. Simplemente los fantasmas (o el fantasma) que rodean su figura han comenzado a ser más reales de lo que parecían, y sus sueños a ser simplemente eso…sueños. De lo anterior me surge inmediatamente una interrogante que la he planteado en diversas conversaciones académicas, y que considero vital de responder en el contexto de una “revolución” como señala el discurso: “¿Es posible mantener la revolución bolivariana sin Chávez?” La respuesta es materia para otro día.

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Una cumbre intrascendente, pero de gran relevancia

Fecha 5/06/2010 por Raimundo Gregoire Delaunoy

Hace algunas semanas culminó un nuevo encuentro entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe, algo que se ha repetido en seis ocasiones desde 1999.  Y aunque la integración de estas dos zonas tan grandes es algo que a priori puede ser catalogado como positivo, la evidencia ha ido demostrando que estas negociaciones, basadas en principios económicos, presentan algunas vallas de difícil salto y que, con el tiempo, se han convertido en grandes dificultades para esta iniciativa que busca aunar conceptos entre latinoamericanos, caribeños y europeos.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 5 de junio, 2010

ue-alc-2010Algunos podrán decir que es muy negativo decir que las relaciones eurolatinoamericanas no pasan por un buen momento, pero otros podrían asegurar que aquello no es más que la realidad.  Y, también, estarán quienes afirmarán que los nexos se han mantenido dentro de los márgenes acostumbrados.

En honor a la objetividad y, dependiendo del prisma con el cual se observe, los tres postulados mencionados podrían ser ajustados a lo que efectivamente sucede.  Es por eso que se puede catalogar como ambiguo el proceder entre ambos bloques.

Primero, porque a pesar de algunos logros concretados tras la VI Cumbre UE/ALC quedó en evidencia que se negocia en busca de beneficios económicos, pero, en paralelo, se intentan imponer medidas tendientes a limitar ciertas conductas.  Esto último tiene que ver, por ejemplo, con el pedido de Argentina en orden a revisar el tema de las Islas Malvinas.  También, tiene relación con las políticas migratorias del organismo europeo hacia los viajeros latinoamericanos.

Quizás esto último sea lo más importante, ya que mientras el asunto de las Malvinas tiene un carácter más político, aquello relativo a las condiciones de ingreso a Europa cae dentro de lo que se conoce como “temas humanitarios”.

¿Se puede hablar de igualdad si a los habitantes de una parte se les impide la entrada a un lugar determinado sólo por tener rasgos indígenas?

Ciertamente, no.  Y, lamentablemente, eso es lo que ocurre en la práctica.  Es cosa de sentarse a ver la diferencia de tratos en el aeropuerto de Barajas.  Los sudamericanos blancos, de apellidos europeos y con una profesión seguramente podrán ingresar a tierras del Viejo Continente, en tanto que aquel peruano, ecuatoriano o boliviano de piel café, con el pelo negro y de baja estatura seguramente deberá esperar que un milagro le permita pasar las barreras.

Las medidas establecidas en contra de los miles de latinos que van a Europa como delincuentes son necesarias y positivas, pero se debe entender que cuando se cae en discriminaciones raciales se produce un fuerte problema.  Y en el caso de la Unión Europea es aún peor, ya que se genera una contradicción muy fuerte.

Por un lado se habla de igualdad entre latinoamericanos y europeos, pero, por el otro, aquello sólo es una hermosa retórica.  Queda demostrado, entonces, que si se trata de obtener beneficios económicos da lo mismo si se conversa con un latino de origen caucásico o aborigen.  Sin embargo, llegada la hora de compartir cultura, cambia el paradigma y se produce una terrible discriminación.

Otro elemento que permite reafirmar la ambigüedad del proceso de integración entre la Unión Europea y Latinoamérica tiene que ver con asuntos pendientes aún sin resolución y que, normalmente, son tapados con un dedo.

Por parte del Viejo Continente, los derechos humanos siguen siendo un tema difuso.  Mientras realizan una férrea defensa de éstos, caen en violaciones a los mismos preceptos que ellos postulan como inquebrantables.  Las políticas de migración vuelven a aparecer en este horizonte y no sólo en relación a los latinoamericanos, sino que, particularmente, en relación a los inmigrantes africanos.  También, porque muchas veces caen en la tentación de darle lecciones sobre Derechos Humanos a los latinos, pero ellos mismos han sido bastante subjetivos en tratar sus temas al interior.

El colonialismo también se mantiene como otro problema sin solución.  Guayana Francesa, Islas Malvinas y la gran cantidad de islas convertidas en territorios de ultramar por Francia y el Reino Unido aún generan incomodidad.  Si se desea una verdadera integración, el primer paso es sentarse a conversar sobre asuntos como estos.  Sin embargo, ahí vuelve a aparecer la crítica hacia ambos lados.  A los europeos, por no ser capaces de aceptar este diálogo y, a los latinoamericanos, por no oponer mayor resistencia y hacer vista gorda ante la posibilidad de firmar acuerdos económicos.

Pero quizás el principal responsable de todo esto sea la misma Latinoamérica, incapaz de generar una postura común, sea favorable o no a lo propuesto por la Unión Europea.  ¿Acaso existe una verdadera unión entre los países latinoamericanos?, ¿se puede hablar de una integración real si existen Mercosur, Caricom, Aladi, Comunidad Andina, Alba, Unasur y Sica, entre otros mecanismos integracionistas, pero a pesar de eso las disputas se mantienen y los problemas siguen sin encontrar solución?

Claramente hay un quiebre en Latinoamérica y eso queda demostrado por la fragmentación de sus zonas geográficas.  Centroamérica, el Caribe y Sudamérica están separados y trabajan cada cual por su cuenta.  Quizás el caso más emblemático sea el de Sudamérica y, de hecho, es el subcontinente que aún no logra consolidar hechos verdaderamente de peso con la Unión Europea.

De ahí que los europeos hayan optado por negociaciones directas con países (Colombia y Perú, por dar ejemplos) o con bloques regionales (Mercosur y Comunidad Andina).

La desunión americana es absoluta y de eso deberían preocuparse los líderes continentales.  Brasil parece estar más preocupado de consolidar su ingreso a las grandes ligas mundiales.  Cuánto gustaría ver la actitud brasileña mostrada en las negociaciones con Irán, pero en los conflictos sudamericanos como el litigio entre Argentina y Uruguay (por las papeleras), las odiosidades entre Colombia y Ecuador y Venezuela o, por último, el asunto marítimo de Chile y Perú.

Y qué decir del gobierno argentino, que está más preocupado de la imagen exterior antes que de solucionar sus problemas internos.  Otro caso corresponde a Venezuela, que no cede en su propósito de seguir instaurando una revolución bolivariana que cada vez tiene menos adeptos y que, a la inversa, sigue generando más conflictos y división.

Quizás lo único rescatable es que a pesar del abanico de tendencias políticas, Sudamérica ha logrado vivir en cierta armonía.  Pero claro, siempre aparece algún presidente dispuesto a romper ese equilibrio.  Como Alan García y la demanda marítima.  Un desastre la postura peruana.  La contracara es lo que ha acontecido entre Bolivia y Chile, quienes dejaron de mandarse mensajes por la prensa y desde hace algunos años dialogan acerca de la salida al mar para Bolivia.  Sin embargo, todo lo positivo que puede tener eso queda empañado ante la inexistencia de relaciones diplomáticas entre ambos países.

Por último, a Latinoamérica le ha faltado generosidad, para así adoptar posturas comunes.  Ahora, en este punto cabe analizar la realidad con mayor precisión.

Si bien se necesita una voz única, es importante reflexionar acerca de cuán factible es eso, tomando en cuenta las evidentes diferencias culturales entre caribeños, centroamericanos y sudamericanos.

Un proceso de integración que debe ser revisado

Debido a lo anteriormente expuesto surge un llamado de alerta para la Unión Europea y Latinoamérica.  ¿No será que equivocaron el camino al intentar reunir 60 estados en un solo bloque de integración, que de por sí presenta barreras como las distancias geográficas, sociales, culturales y económicas?

Bajo este contexto, cabe reflexionar acerca de la VI Cumbre UE/ALC, para así darse cuenta de por qué el proceso de integración está entrampado hace años.  En este sentido, aparecen varias conclusiones.

La primera, existe una desconfianza mutua a nivel social y eso afecta las relaciones, pues a nivel político se ve algo, pero bajo el prisma de los pueblos se observa otra cosa.  Queda la impresión que el europeo medio no ve con muy buenos ojos al latinoamericano, mientras que este último comienza a sentir el rechazo proveniente desde el Viejo Continente y eso genera, a su vez, resentimiento.

En segundo lugar, para garantizar el éxito de los objetivos, hay que reprogramar a estos últimos.  Si se busca un mero intercambio comercial, entonces las negociaciones y los discursos deben ser más claros al respecto.  Esto último queda de manifiesto ante la pregunta de cuál es la integración que se piensa desarrollar.  Por momentos, parece sólo económica, pero en otros puede dar la impresión que es algo más social.  Y a veces, una combinación de los dos o de otras variables.  Falta claridad.

Relacionado con lo anterior, quizás lo más razonable sea esperar a que Latinoamérica y la Unión Europea deciden trabajan en conjunto, pero a través de bloques subregionales.  Esto quiere decir que el camino son diálogos entre el bloque europeo  y Sica, Caricom y Unasur.  Cada cual con sus respectivas particularidades y entendiendo que los latinoamericanos podrán tener muchas cosas en común, pero también grandes diferencias de todo ámbito.  Es así que es deber de Latinoamérica trabajar bien y organizarse para poder conversar con plenas formalidades con la Unión Europea.

Que Mercosur, Comunidad Andina y Alba se unan en un organismo.  Que Unasur sea la instancia de unión y conversación con otras regiones del mundo.  Pero para eso se debe trabajar intensamente en la compleja labor de darle una seria institucionalidad a Unasur.  Mientras aquello no ocurra, será difícil negociar con la Unión Europea.  Es por eso que los sudamericanos deben hacer un mea culpa al respecto, pues Centroamérica y el Caribe han sido más sabido y han logrado entender la velocidad y la tendencia del proceso integracionista con la Unión Europea.

Por último, Unión Europea y Latinoamérica deben definir sus prioridades, pues si se desea tener buenos resultados en este proyecto, se le debe dedicar más tiempo y con mayor convicción.  ¿Qué importa más a Europa?, ¿el Mediterráneo, Latinoamérica o los problemas con Rusia?  Ninguno de estos temas es excluyente y todos son igual de importantes, pero ante los hechos la conclusión es evidente, es decir, los asuntos mediterráneos y los tensos nexos con el gobierno ruso ponen toda la atención de los europeos.  Y desde cierto punto de vista aquello es entendible, pero, entonces, mejor terminar las tareas pendientes y luego lanzarse en busca de nuevos desafíos.

Lo mismo para Latinoamérica, que debe redefinir las prioridades.  Antes de salir al mundo e intentar demostrar que es una región con grandes virtudes, primero tiene que definir con claridad sus objetivos. Mientras países como Brasil, Chile y Méjico buscan asociaciones con los grandes países del mundo, otros como Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela mantienen las esperanzas en la revolución bolivariana.  El factor “Irán” también tiene una importante incidencia en la zona, pues una postura cada vez más proclive hacia el régimen iraní puede dañas los nexos con Europa.

Argentina sigue con sus voladores de luces y al proyecto del tren de alta velocidad ahora se suma el submarino nuclear.  Parece que el gobierno argentino no entiende cuáles son las prioridades internas y externas.

Perú sigue generando ruidos y conflictos en la región, no sólo con Chile, sino que también con Bolivia y Ecuador, involucrándolos en problemas que, en algunos casos, no tienen gran relación con aquellos países.

Colombia se desvela en su lucha contra el narcotráfico, pero en pos de aquel objetivo se olvida de sus vecinos, quienes, a su vez, también aportan polvorín a la zona septentrional de Sudamérica.

Y así, suma y sigue.  Falta más claridad y definición en las prioridades sudamericanas y europeas.

Por eso,  más allá que la Unión Europea firmara acuerdos o estableciera trabajos conjuntos con Chile, Méjico, Perú, Colombia, Centroamérica y el Caribe, lo que más quedó en evidencia en la VI Cumbre UE/ALC es que no hubo grandes avances.

Y esa es la gran paradoja de este último encuentro, porque a pesar de ser una reunión intrascendente adquirió gran relevancia, pues develó todas las ambigüedades y falencias existentes en este proceso de integración.

Y eso es demasiado trascendente.

 

Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
@Ratopado

 

 

 

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Mahmoud Ahmadinejad, ¿el nuevo socio de Brasil?

Fecha 1/12/2009 por Raimundo Gregoire Delaunoy

El controvertido presidente de la República Islámica de Irán ha dado inicio a una nueva gira, en la cual ha incluido dos países africanos (Gambia y Senegal) y tres sudamericanos (Bolivia, Brasil y Venezuela). Sin embargo, la gran relevancia de este viaje es lo que pudo concretar el mandatario iraní en tierras brasileñas, ya que es ahí donde la principal autoridad política de Irán busca afianzar lazos estratégicos.

Raimundo Gregoire Delaunoy | 1 de diciembre, 2009
reino_unido (disponible en inglés)

 

Agencias

Agencias

No es una gran novedad ver a Mahmoud Ahmadinejad en Bolivia, pues ya estuvo ahí en 2007. Tampoco es verlo de la mano con Luiz Inácio Lula Da Silva, ya que en dos oportunidades previas se habían reunido, aunque nunca en Brasil. Y aún menos sorpresa causa el paso de Ahmadinejad por Venezuela, país en el cual se reunirá con uno de sus grandes aliados, Hugo Chávez.

La actual visita del mandatario iraní por Sudamérica corresponde a un proceso iniciado hace unos años y, específicamente, desde que la principal autoridad política de Irán asumiera la presidencia en 2005.

Resumir en unas líneas lo que ha sido el mandato de Mahmoud Ahmadinejad parece imposible, pero sí se puede decir que su política exterior ha estado dominada por las constantes tensiones con la Unión Europea y Estados Unidos, los grandes referentes de occidente. También, ha tenido una nefasta relación con Israel, ya que el presidente iraní ha llegado a negar el holocausto. Esto último es algo que le ha traído problemas con el mundo árabe, pues no todos aquellos estados comparten su particular visión acerca de la matanza de judíos ocurrida durante la época del nazismo.

Tampoco goza de buenas relaciones con Iraq, pues las viejas rencillas por la guerra de los años ochenta (1980-1988) y las diferencias ideológicas han impedido un mayor acercamiento entre dos naciones que debiesen tener un rol más conciliador, no sólo entre ellas, sino que también en toda la región colindante. Respecto a los países del Golfo Pérsico (o Arábigo, según los árabes), el actual gobierno iraní ha tenido conflictos con Bahrein y Emiratos Árabes Unidos, por dar dos ejemplos, y, más allá de estos hechos puntuales, lo concreto es que las relaciones árabe-iraníes sin ser malas están lejos de ser buenas. Que Marruecos decidiese alejarse, diplomáticamente, de Irán es una demostración que las sospechas de una “exportación del chiismo” afectan las relaciones exteriores iraníes.

También es necesario mencionar que la política exterior iraní ha buscado nuevos socios en Asia Central y así es que ha afianzado sus lazos con Tayikistán y Afganistán. En paralelo, goza de cierto apoyo por parte de dos gigantes como Rusia y, en menor medida, China, dos naciones que generan una permanente molestia, en las potenciales occidentales, respecto al asunto del plan nuclear iraní, ya que ellos no han sido tan duros con Irán en comparación a las posturas de la Unión Europea y Estados Unidos.

En este contexto, queda claro que el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad ha encontrado diversos obstáculos en pos de su objetivo final -sea este la energía nuclear o la bomba atómica- pero, al mismo tiempo, siempre ha logrado establecer relaciones amistosas con importantes o estratégicos países.

Por eso, no debiese extrañar que el mandatario iraní siga afianzando su influencia en Sudamérica, pues Ahmadinejad ha entendido que en esta región puede encontrar “amigos”. De hecho, ya cuenta con el beneplácito de Hugo Chávez y Evo Morales, pero estas alianzas hasta hace unos días no pasaban de ser un compromiso entre un país poderoso (Irán) y dos estados sin gran influencia en el contexto mundial.

Sin embargo, dicha realidad cambió drásticamente con la visita del presidente Ahmadinejad a Brasil. Tras los encuentros con su homólogo Luiz Inácio Lula Da Silva, quedó en claro que ambos gobiernos sellaron un pacto de apoyo mutuo. Que la estatal brasileña Petrobras siga trabajando en territorio iraní, que se firmara un acuerdo comercial, que se suprimieran las visas para los diplomáticos de ambos países o que se estableciera un acuerdo de intercambio cultural no son más que medidas secundarias. Sí, porque lo relevante es el hecho que el gobierno de Brasil apoyará el plan iraní de energía nuclear pacífica, mientras que Irán se comprometió a darle apoyo a Lula Da Silva en su intención de ingresar como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Esto último sirve para que Mahmoud Ahmadinejad demuestre que cuenta con un apoyo real en Sudamérica. Ahora tendrá un socio de peso como Brasil, un estado que ha tomado la responsabilidad de establecerse como el gran referente de Latinoamérica y, desde esa posición, insertarse en la política mundial como un país de peso.

También, es la demostración de la ambiciosa apuesta brasileña. No es una mera coincidencia que el gobierno de Lula Da Silva esté involucrándose en el conflicto de Medio Oriente. Tampoco lo es que organice el Mundial de Fútbol del 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. No es casualidad que hace un tiempo Brasil decidiese devolver europeos a Europa, imitando las políticas migratorias del Viejo Continente. Y, menos aún, la activa diplomacia de los últimos años, la cual le ha permitido generar un foco de influencia en Centroamérica, Sudamérica y, en menor medida, África. Brasil quiere tener un rol hegemónico en la región y para eso necesita apoyo estratégico.

Sin embargo, este juego es arriesgado, pues el excesivo pragmatismo que ha establecido como base de sus relaciones exteriores le puede traer problemas. Quizás gane un importante socio como Irán, pero puede perder otros que siguen siendo demasiado relevantes como Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón, Sudáfrica, India y China.

Entonces, al gobierno brasileño no le queda otra que moverse sigilosamente y dejar contentos a todos. ¿Será posible aquello?, ¿cuántas problemáticas obvias tendrá que pasar por alto para conseguir más apoyo?, ¿hasta qué punto le aguantarán sus vecinos esta política algo maquiavélica?

Ya se verá.

 

Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
@Ratopado

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Una memoria vale más que mil palabras

Fecha 29/04/2009 por Lester Cabrera

El día 28 de abril del 2009, será un día para recordar entre algunos de los países de nuestra Sudamérica, y no porque haya sido un día en que la gripe porcina haya entrado oficialmente en la tierra de “los libertadores”, ni tampoco por algún otro discurso con características geopolíticas de Chávez, sino porque después de 74 años, los dos países con características mediterráneas en el subcontinente, Bolivia y Paraguay, solucionaron un contencioso limítrofe que derivaba de la confrontación bélica denominada “Guerra del Chaco”. No sólo buenas palabras o intenciones, ni tampoco gestos. Simplemente, voluntad, una palabra que es exigua en la clase política sudamericana.

Lester Cabrera Toledo | 29 de abril, 2009

Agencias

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¿Un producto del panorama político contingente?

Ciertamente, la respuesta si bien importa, es en realidad poco trascendente. No es necesario un análisis exhaustivo para visualizar las actuales afinidades políticas entre los dos países que solucionaron sus límites, y si los actuales mandatarios aprovecharon aquella coyuntura para solucionar un problema de varias décadas Lo realmente importante en este plano no es el “progresismo” que invade Sudamérica, sino saber aprovechar el momento de “cordialidad” entre varios países y pasar por alto las diferencias, fortaleciendo las similitudes. Y finalmente, actuar.

Lo anterior no significa que la base misma del instrumento jurídico en cuestión sea sólida, pero si se cae nuevamente en un conflicto, se posee un instrumento para validar diferentes mecanismos de solución pacifica de controversias. Pero incluso considerando lo anterior, y con una base netamente pragmática, la aceptación de la Memoria Final de demarcación del límite internacional entre Bolivia y Paraguay demuestra la capacidad, y que de a poco a comenzado a germinar en estas latitudes, de poder generar muestras concretas de voluntad política para superar problemas de variada índole.

No obstante la anterior panacea jurídica, caldo de cultivo en las aspiraciones reduccionistas de integración y solución de problemas en la región, no es más que letra sobre un papel, si no se posee la voluntad de hacerla efectiva. Es cierto, la voluntad de aunar coincidencias y puntos de vistas distintos primó por sobre la visión Estado-céntrica rígida en este caso. Pero aquello tampoco significa dejar a un lado y olvidar los orígenes mismos de las controversias, así como tampoco las implicancias que puede causar un instrumento político-jurídico en las futuras generaciones. El pragmatismo es bueno en estos casos, pero también debe estar presente en un importante porcentaje una visión en el largo plazo.

¿Y cuáles fueron las causas de la anterior guerra? No se puede responder a la anterior interrogante en un par de líneas, pero las clases gobernantes tanto de Bolivia y Paraguay, incluso en este punto, se pusieron de acuerdo, un discurso muy cargado a la vez de un sentimiento ideológico propio del sector político en común. En este plano el Presidente Morales señalaba que “la guerra…no fue provocada por sus pueblos, sino impulsada por las transnacionales para controlar los recursos naturales”. Y añadía la Presidenta Fernández que la Guerra de Chaco “tuvo olor a petróleo” y “llevó agua a los molinos que no estaban precisamente en América del Sur”. Sin mellar en los sentimentalismos propios de la ceremonia de aceptación de la Memoria, basta mencionar el proceso cíclico de la historia, y que hoy en día son los Estados mismos que, a través de empresas transnacionales, extienden sus influencias y posesiones en el mundo de los recursos naturales no renovables. Hecho a considerar hoy, y siempre.

Voluntad y acción, no palabras ni gestos

Es muy frecuente en nuestra región recurrir a reuniones, encuentros o citas para “comenzar a construir”, o bien simplemente delinear algunas directrices sobre algún tema que se “pudiere concretar”. A grandes rasgos, simplemente especulación o palabras rimbombantes que se las lleva el viento o mueren aplastadas por la triste miopía visionaria de las clases dirigentes. De hecho, la política en general se puede articular en gran parte a través de simples gestos o alocuciones realizadas en discursos. Pero una cosa es una mención sutil, a concretar de hecho una actividad relevante, y con el peso añadido de ser conjunta entre Estados.

Sudamérica ha vivido en gran parte de gestos políticos de menor magnitud a lo largo de su historia, al tiempo que cosecha la intrascendencia de los mismos. Sin embargo durante estos últimos años, se ha comenzado a fraguar una nueva forma de hacer las cosas en política bi y multilateral. Es característico (y normal) el uso de un léxico frondoso para definir algunos postulados, sin dejar de lado el uso propio que le dan diferentes sectores de espectro político-ideológico en Sudamérica, pero pese a esa forma de abordar las necesidades, hoy por hoy las cosas se hacen. Está, a diferencia de años atrás, la voluntad de realizar las cosas articuladas a través de gestos y discursos, lo cual de por sí es un importante avance en materias de decisión conjunta.

Pero a pesar de lo anterior, dicha mancomunión de voluntades solamente puede observar a través de un solo ojo, el de la acción misma. Ahora falta generar la visión, metafóricamente hablando, en el ojo del largo plazo, con sólidas bases institucionales, situación que sólo puede resolverse mediante reformas estatales amplias, tanto a nivel transversal como horizontal en el aparataje público de los países en cuestión. Por lo tanto, si bien se aplaude la capacidad de los gobiernos de generar puntos de cohesión en materias de política exterior, no debe dejarse de lado la verdadera debilidad de nuestra región: la inoperancia de las instituciones que, después de largos y múltiples gestos, pudieron cultivarse. Ahora las interrogantes son, ¿cómo las hacemos germinar? y ¿cómo hacemos que crezcan derechas?

Con el gesto entre Bolivia y Paraguay se sembró una semilla. Ahora hay que esperar que la tierra en que se plantó sea fértil y capaz de dar buenos frutos, en este árbol de varios frutos agridulces y hojas caducas llamado Sudamérica.

 

Lester Cabrera
Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas

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La geopolítica del fútbol

El deporte siempre está ligado a la política y eso no se puede poner en duda. A nivel interno, se puede demostrar con algo tan esencial como la existencia de un Ministerio del Deporte o las políticas estatales deportivas.

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